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COSAS DE DIOS

Cambiar la mirada

Vivo desde hace siete años en un apartamento que conozco por cada rincón, según pensaba. No he variado su estructura, de ahí que se supone que ningún detalle, relacionado con la disposición de sus ventanas, el paso de la luz o su ambiente, deba sorprenderme. Pero todo en la vida, hasta aquello que parece inmutable, se hace nuevo si cambia nuestra mirada.

Detalles Había estado fuera de mi casa por dos semanas. De manera que a mi regreso, con todo medio patas arriba, no se suponía que me pareciera llegar al hogar ideal. Sin embargo, apenas atravesé la puerta, admiré la decoración que me ayudó a montar, hace ya tanto tiempo, mi amiga Yocasta y que conozco al detalle. Como si fuera nuevo, me dije que mi hogar es hermoso.

La luz Dos días después de mi regreso, cuando aún persistía el caos, aunque en menor medida, había salido temprano para asistir a misa. Estaba nublado, dejé la casa medio en penumbras. Al retornar, ya nuestro precioso sol penetraba por el ventanal de la sala y ahí reparé en otro detalle: la manera en que la luz atraviesa el cristal y se cuela hacia la sala iluminándola de una manera casi mágica.

¿Qué cambió? Me pregunté cómo no había notado la belleza de los rayos de sol en mi sala. Fue necesario que estuviera fuera unos días, durmiera en el camarote de un barco y en cuartos de hoteles siempre en penumbras, para que valorara lo que tengo. No vaya usted a pensar que se trata de grandes lujos, pero un hogar que nos guste, es un gran privilegio, un regalo invaluable de Dios que muchos tenemos pero no reparamos en sus detalles. Igual que ocurre con alguien a quien conoces de antaño y un día sus ojos se clavan en los tuyos y descubres que son hermosos, o reparas en sus copiosas pestañas.

Por la ventana Salir de la rutina tiene muchas ventajas, nos permite respirar del entorno que agobia y, sobre todo, cuando la niebla del tedio se despeja de nuestras almas, y otros horizontes nos muestran las bondades y fallos de aquello que nos ha tocado en suerte, regresamos cambiados. Es nuestra mirada, no nuestro entorno, la que se vuelve diferente y eso hace que descubramos la belleza en unos muebles viejos o la bendición del rayo de sol que, sin que reparemos en ello, se cuela día tras día por nuestra ventana.

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