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COSAS DE DIOS

Jailine y volver al polvo

El pasado miércoles de Ceniza, mi sobrina nieta Jailine, que tiene cinco años, participó en el ritual que los católicos llevamos a cabo ese día: la imposición de cenizas. Junto a sus compañeritos de clases, Jailine esperó su turno para que le marcaran la frente con una cruz gris.

Todo iba bien hasta que, llegado el momento, escuchó la frase que pronuncia el sacerdote al practicar este rito: “Polvo eres y en polvo de convertirás”. Cuando regresó a su casa, Jailine, con carita acongojada, le dijo a su abuela, mi hermana Libertad: “Tata -así la llama-, yo no quiero convertirme en polvo”.

A muchos nos pasa como a Jailine, no queremos convertirnos en polvo. Aunque, muy a nuestro pesar, eso terminaremos siendo. La Cuaresma nos lo recuerda. Y esa ceniza en nuestra frente es un símbolo de humildad que contradice nuestra soberbia tan humana. No importa cuán encumbrados lleguemos a estar en este mundo, nos convertiremos en moléculas de polvo que el viento puede arrastrar o la tierra absorber hasta fundirnos con el todo y, por ello, convertirnos en nada.

Saberlo no impide que nos rebelemos contra ello y, por eso, la vida y la Cuaresma se parecen. La existencia es una Cuaresma llena de pruebas en las que tienes la opción de hacer penitencia, y aprender a doblegar el cuerpo, llevando a cabo no lo que quieres sino lo que debes, o por el contrario, podrías darle a tu carne todo lo que te pide. Pero es importante tomar en cuenta que, en estos cuarenta días, de manera especial, estamos llamados a la oración, el ayuno y la limosna.

Un sacerdote explicaba que en Cuaresma, y siempre, la oración te reconecta con Dios. Orar se asemeja a tener una cita privada con el creador del universo. Y esa conversación, como ocurre cuando dialogas con tus seres amados, te acerca a Él y aumenta la intimidad entre ambos. A su vez, el ayuno nos enseña el autocontrol, que sirve en todo y para todo, porque la fuente del pecado es el placer. Pecamos porque es gratificante, ninguna tentación, de entrada, es desagradable, al revés. De ahí que cuando somos amos de nuestros deseos andamos muy cerca de ganarnos el cielo. Y, por último, en Cuaresma estamos llamados a dar limosna. Desprendernos de algo, para cederlo a un tercero, nos acerca al prójimo, a ese que, no importa lo pequeñito que nos parezca, mañana, será exactamente igual a nosotros. Porque, aunque a mi adorada Jailine no le guste oírlo, ciertamente, polvo somos y en polvo nos convertiremos, todos.

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