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Testimonio

Juana: Víctima de violencia de género y del sistema

Mientras con delicadeza coloca en el escurridor la loza que va fregando en la casa de familia donde labora, Juana López cuenta su historia de violencia de género con un gran pesar.

De figura frágil, mirada perdida, lento caminar y un desá-nimo que se advierte hasta de lejos, esta mujer, que es madre de tres hijos, admite que ya no tiene fuerzas para seguir luchando por el techo que junto a su exesposo logró concretar para su familia.

Tiene en contra las amenazas del padre de sus vástagos, y por si fuera poco, no ha sido orientada adecuadamente cada vez que va en búsqueda de ayuda a Protección de la Mujer, del Ensanche Ozama, donde dice han postergado ir en su defensa pese a los tantos viajes que ha dado para exponer su caso.

Camina de un lado a otro mientras va ofreciendo los detalles de su historia. Sigue haciendo sus oficios. No puede perder el tiempo en su trabajo. “Ya bastante he descuidado mis compromisos aquí y en la otra casa donde laboro, pues cada rato tengo que pedir permiso para ir a la fiscalía para que me ayuden”, relata desconcertada.

Ha aguantado muchos golpes físicos a lo largo de su relación con su exmarido, pero asegura que el más fuerte de los golpes se lo ha dado este hombre cuando llevó a otra mujer a vivir en la casa que con tanto esfuerzo le ayudó a construir.

“Casi desde que salí para donde mi familia para evitar que me matara, se juntó con otra persona y se niega a darme la parte que me corresponde de esa casa. Fue mucho lo que cociné para los trabajadores que la construyeron. Puede que no sea una cosa del otro mundo, pero hay una parte que es de mis hijos, y él no cede. A mí no me importa que se quede en la casa con su pareja y haga su vida, él no me interesa. Solo quiero que me dé lo que me corresponde”, cuenta dejando que las lágrimas contenidas por fin se desborden.

No es de fácil llorar, lo admite. Sin embargo, la impotencia que siente es tan grande que el llanto se ha convertido en su mejor amigo. “Es la única forma que tengo de desahogarme. Por no dejarme matar, me fui creyendo que la justicia me protegería, y lo que me han puesto es a dar viaje sin resultado. Me han dejado que sea yo que vaya a enfrentarme a ese monstruo”, respira y toma fuerza. Se sienta un poco como buscando energía en el descanso para seguir contando su historia que a lo mejor es la de muchas otras más que tal vez no han tenido el chance de hacerla pública.

Mira hacia el techo, y al parecer piensa lo que va a decir. De regreso a su realidad, muestra valentía. Se atreve a acusar. “Usted no se imagina todos los maltratos que le aguanté a Gerónimo, fueron varias las veces que me mandó al hospital de la golpiza que me daba. Lo perdonaba, y volvía a maltratarme hasta que me cansé”, en este momento la sensibilidad le gana la partida a la gallardía.

¿Qué le hacía regresar con su verdugo? Fue la pregunta que se le hizo luego de que pudo recobrar la serenidad. Una respuesta rebuscada salió de sus labios. Se dio cuenta de que decir “que me prometía que no lo volvía a hacer”, no satisfizo el interés periodístico. “Le voy a decir la verdad. Yo tenía miedo a quedarme pasando trabajo con mis hijos, y traté de aguantar lo más que pude para sacar adelante a los muchachos. Aguanté insultos, maltrato de todo tipo, muchos golpes y demasiado abuso, y lo perdonaba por mis hijos”. Llorar se hace lógico.

Juana está convencida de que el haber agotado todos los pasos legales no la va a ayudar a tener paz, a preservar su vida y mucho menos a recuperar lo que le corresponde de su casa. Por eso acudió a este medio para hacer público lo que llama: “Mi derecho”. Mientras se despega la blusa que lleva puesta, de su cuerpo sudado, dice que confía en que contar su historia le permitirá acabar con esta pesadilla en la que está atrapada desde hace unos 20 años.

A lo que ha incurrido su expareja para preservar “su casa” Desde mudar a otra mujer a la casa de él y Juana hasta alquilarle una “pieza” deteriorada a sus hijos para desligarlos de su entorno forman parte de los abusos que ha cometido Gerónimo en detrimento de ella y de sus vástagos.

“Yo sé que esto tal vez ponga más en peligro mi vida, pero ese señor se ha burlado de mí y ha utilizado a los niños. En una ocasión se los llevó. Ellos quisieron quedarse para evitar que le quitaran su casa, pero la sorpresa fue que le alquiló una habitacioncita y los puso a pasar trabajo, que si no hubiese sido por los vecinos, pasan hasta hambre”, lo dice con un evidente dolor. Sí, de esos que solo una madre puede mostrar cuando algo malo afecta a sus hijos.

Juana los buscó y se los llevó para el pueblo al que tuvo que mudarse huyendo de las garras de quien se convirtió en su verdugo. Ahora mismo volvió a llevarse a dos de los niños, pero los acaba de mandar, pues el año pasado hizo que perdieran el año escolar. El mayor tiene 18 años, los otros dos tienen 16 y 11 años. Caminando hacia la cocina va soltando datos que, aunque no se alcanzan a escuchar con claridad, dejan al descubierto que está un poco desorientada. “Yo he dejado que él se los lleve cada vez que quiere y los recibo cuando ellos van donde mí porque de ninguna forma les da ni un peso. Y yo gasto mucho, sobre todo después que tuve que mudarme para Yamasá y dar los viajes todos los días aquí a la Capital para trabajar”.

((Apoyo Después de durar 20 años de relación con Gerónimo de León, soportando en silencio sus celos, sus maltratos y que no la dejara trabajar, Juana decidió en 2016 poner la querella contra él. Después de ahí, no volvió a juntarse con él. Lo cuenta y deja claro que jamás viviría de nuevo con alguien que le ha hecho tanto daño físico y emocional.

“Hace tres años que tomé esa decisión, y esta es la fecha que él sigue haciendo su vida. Es más mejor, fue él a demandarme a mí porque fui a la casa a reclamar mi derecho. Lo que él no sabía es que ya yo hacía meses que lo había denunciado, y él ni estaba enterado”. Con esta afirmación da peso a su reclamo de que la justicia no le ha hecho pagar por sus maltratos.

Juana dice que en 2018 ambos firmaron un documento, y que él se ha hecho de la vista gorda.

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