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COSAS DE DIOS

La confesión y el control de la iglesia

Estaba leyendo La Biblia, el Evangelio de Mateo, capítulo 3, cuando llamó mi atención el versículo seis, a propósito de que he escuchado a críticos de la Iglesia Católica asegurar que la confesión de los pecados fue una estrategia del clero para tener control de las personas.

Esta acusación parece tener sentido. Pero, a medida que aprendo de nuestra fe, la verdad, sobre esta práctica, y su origen, queda más clara.

Jesús dejó instituido el Sacramento de la Confesión con la frase, dirigida a sus discípulos, “A quienes ustedes les perdonen los pecados, les serán perdonados. Y a quienes se los retengan, les serán retenidos.”

No obstante, lo que me interesó en el versículo del Evangelio de Mateo, que mencioné al inicio de este artículo, es que antes de Cristo existía la confesión como requisito previo para aceptar el bautismo del Señor y abrazar la fe. La Biblia dice, sobre aquellos a quienes el profeta Juan el Bautista bautizaba: “Acudían a él de Jerusalén, de toda Judea y de la región del Jordán, y se hacían bautizar en el río Jordán por él, confesando sus pecados.”

Es decir, la confesión no es un invento que la Iglesia impuso con la intención de controlar a nadie. Aunque, es cierto, se trata de un medio increíble para conocer la profundidad del alma humana. Los sacerdotes, como ningún otro individuo en el mundo, aprenden de lo que somos capaces las personas y saben que detrás de la apariencia más respetable se pueden ocultar grandes pecados.

Por suerte, Dios les da a muchos la fortaleza emocional necesaria para seguir creyendo en el prójimo a pesar de ese conocimiento tan rico, e inusual, que les otorga la confesión. Que, por cierto, es una carga grande. Los curas no se frotan las manos de alegría porque apareció alguien que desea confiarles sus culpas, al revés, a veces se hace difícil encontrar quién te confiese. Porque, cuando nos confesamos, les echamos encima la basura que llevamos dentro. Esa carga no les otorga poder sino que forma parte de su ministerio, como fue parte del ministerio de Juan el Bautista, aquel profeta indomable que reconoció la presencia en el mundo del hijo de Dios y le bautizó, hace dos mil años.

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