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Viaje

Un entorno cargado de historia e historias: Basílica y Plaza San Pedro

Espacio. Desde el balcón central en la Basílica de San Pedro, el Papa imparte la bendición 'Urbi et Orbis'.

Espacio. Desde el balcón central en la Basílica de San Pedro, el Papa imparte la bendición 'Urbi et Orbis'.

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Carmenchu BrusíloffSanto Domingo

A la derecha, la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. En un segundo piso, el balcón central desde donde se asoma el Papa el domingo de Pascua y el día de Navidad para impartir la bendición ‘Urbi et Orbi’. Junto a una garita, un guardia suizo con su pintoresco y colorido uniforme del siglo XVI, cuyo diseño se atribuye erróneamente a Miguel Ángel. Al centro de la plaza un obelisco y, a su espalda, una columnata que según desde donde se mire parece tener solo una fila de columnas. A lo lejos, la ventana de los aposentos del Papa. Es el entorno cargado de historia e historias con el cual, al salir de los Museos Vaticanos, nos encontramos mi hija Carmen, mi nieta Pamela y la guía Fabiana Panichella. Sin citar incontables detalles que pudimos admirar, comento nuestro recorrido.

Es mi segunda visita a la Basílica. Dicen que nunca segundas partes fueron buenas. Hoy por hoy, doy razón al refrán. Es que la fecha no nos favorece. Hay grupos organizados de peregrinos y, por la misa que en este momento se celebra, en el pasillo central han colocado barandillas de madera portátiles que separan zonas e interrumpen magníficas perspectivas. También en una capilla, un cortinaje que no es decoración. Aquel espacio majestuoso que en toda su amplitud años atrás admiré junto a Yolanda Vallejo de Naranjo, ahora apenas se percibe. La imponencia ha desaparecido, aunque como dice la guía, la barandilla es luego echada a un lado.

Ni a Carmen ni a Pamela les afecta. No tienen tal recuerdo. Es la primera vez que visitan el templo donde ante todo, resalta al entrar, el hermosísimo conjunto La Pietá, de Miguel Ángel, protegido en un escaparate con vidrio antibalas. Antes se observaba mejor, pues era menor la distancia que lo separaba del visitante. En el manto de la Virgen está grabada la firma de Miguel Ángel, siendo ésta la única estatua firmada por él. Lo hizo al enterarse que le era atribuida a otro escultor.

Nos acercamos a la tumba de Juan Pablo II, en la Cappella di San Sebastiano. Deambulamos embelesadas con todo lo que está a la vista y proseguimos hasta detenernos en la nave central, bajo la cúpula de Miguel Ángel, con 119 metros de altura. Ante nosotros el baldaquín de Bernini, sobre el altar papal. Las tallas en el friso de cada gigantesca columna reproducen escenas de un parto. Después nos acercamos a la estatua de San Pedro, a quien los fieles acuden a tocarle el pie o besarlo. En mi primera visita logré tocarlo. En el sitio donde está enterrado Alejandro VII una frase impacta: “No importa todo el dinero que tengas. No es eterno”. Todo lo que en derredor parecen cuadros son mosaicos que reemplazan, desde finales del siglo XVII, las pinturas originales. El efecto es admirable.

“¿Quieren bajar a las tumbas?”, pregunta Fabiana. Respondemos afirmativamente. Aquí está el sepulcro con los restos que, con cierta duda, pertenecen al apóstol Pedro. Tras el cristal alcanzo a discernir la tumba y, al fondo, un mosaico con la imagen del santo. En esta necrópolis que primero fue pagana, andamos junto a otras tumbas de papas, a los que según cuentan, nadie pagó un monumento.

Al salir de esta Basílica, con cinco puertas y cuya nave tiene 187 metros de longitud, encontramos de frente una fuente de agua potable. En la Plaza San Pedro, mirando hacia lo alto de uno de varios edificios, la guía señala la ventana del departamento papal (la segunda, de derecha a izquierda en el último piso). Desde allí se asoma cada domingo al mediodía a rezar el Angelus, saludar y dirigirse a los fieles.

Sigue el recorrido En la inmensa plaza elipsoidal, donde caben hasta 300,000 personas, hay dispuestas cientos de sillas. Es un día de ceremonia especial para los peregrinos. En ella se eleva un obelisco egipcio, con 25 metros de altura. Junto a éste, cuando estaba en el Circo de Nerón, se crucificó a Pedro.

Nos paramos sobre uno de dos discos de mármol en el suelo (a uno y otro lado de las fuentes) para dirigir la mirada hacia la columnata de Bernini que, desde este punto, parece tener solo una fila de columnas. La realidad: son cuatro filas. (En total hay 284 columnas de estilo toscano). En el siglo XVII, cuando se construyó, hasta aquí se llegaba a través de callejuelas. Ahora es directamente por una amplia calle: la Vía della Conciliazione. Es decir, calle de la Reconciliación.

Atractivo. En la nave central está el Baldaquín, obra de Bernini. Tiene 29 metros de altura.

Círculo. Disco de mármol desde donde la Columnata de Bernini parece tener sólo una fila de columnas.

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