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COSAS DE DIOS

Lo real

Las películas de Navidad nos han vendido una imagen irreal e inalcanzable de estas fiestas. Reproducen un ambiente mágico con casas preciosas, donde no hay nada fuera de lugar, y abundan los regalos enormes debajo de un arbolito junto al cual se sienta una familia hermosa, cada quien más lindo, que se ama sin discutir. La ilusión se desmorona cuando nos enfrentamos a nuestras navidades reales. En ellas, a la casa perfecta se le daña el baño de visitas el 24 de diciembre a las cinco de la tarde; o pierde su glamur por los regueros de la fiesta y no hay hada madrina que los recoja, tienes que hacerlo tú porque la señora del servicio está libre ese día.

Sales a comprar en centros comerciales repletos de gente, donde encontrar estacionamiento genera tanto estrés como someterse a un examen de tesis. Los ladrones andan al acecho en las calles, los pedigüeños se multiplican y una cena de nochebuena requiere tanto trabajo como mover una carga pesada tratando de no sudar y en tacones.

Pese a todo, el proceso se disfruta y las expectativas de que la celebración será ideal se mantienen hasta que llega la cena y aparece un familiar o invitado que pretende aguarte la fiesta con un chiste o un recuerdo que no viene al caso, o que pone cara de velorio.

Los propósitos de amanecer “en pie” se diluyen cuando el cansancio te arrastra, maquillada y bella, hacia un rincón y vuelves a prometerte que el próximo año no afanarás tanto para poder disfrutar más de la cena. En ese momento, la imagen idílica de las películas parece lejana sin que perdamos la esperanza de que el año próximo pudiera ser. Es un error. Esta nochebuena, no la próxima, deberíamos asumirla como nos la planteamos hace un año para sacarle lo mejor que ella nos ofrezca. Dejemos en la TV y el cine las historias perfectas para disfrutar despacio, agradecidos y alegres, lo que Dios nos entregue ese día: otra nochebuena vivos. Luego, abramos los brazos para disfrutar del precioso regalo del nacimiento del Niño Jesús en nuestros corazones, una experiencia que ninguna película es capaz de superar.

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