La mezcla secreta

Mi nieta llegó a casa a eso del mediodía y penetró en la cocina, en donde estábamos Emma y yo, enfrascadas en el ritual navideño de preparar, siguiendo una receta secreta, trasmitida por generaciones, de madres a hijas, los pudines más deliciosos del mundo, que solo se pueden comer en la cena de Nochebuena. Al ver el caos imperante y ninguna comida en perspectiva, declaro rotunda que esta era la última vez que Emma y yo confeccionaríamos los ¡dichosos postres! Que nos había llegado el momento de la jubilación. Mi morena cocinera abrió los ojos como platos, ante semejante despropósito y declaró rotunda que haríamos pudines hasta que nos viniera en gana y que si la nueva generación no estaba dispuesta a ensuciarse las manos, aguardaríamos pacientemente a las biznietas para continuar con la tradición. Esto molestó a mi nieta puesto que siempre se ha considerado la heredera de mis más preciados objetos y secretos, incluyendo la fórmula navideña.

Tras una preparación acelerada de un tente en pie, mi factótum y yo continuamos impertérritas nuestra misteriosa elaboración, en tanto la nieta aguardaba impaciente que vaciáramos el menjunje en los moldes para apoderarse de la olla y deleitarse con los restos de la mescolanza. En tanto los pudines se asaban y volvíamos a poner orden en la cocina, la nieta consentida nos prometió que en lo adelante ella se convertiría en pinche de cocina para auxiliarnos en las navidades, Emma le plantó un beso y yo la abracé con fuerza, aunque las dos dudamos de esa desprendida oferta.