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COSAS DE DIOS

Faltan dos cosas

Los labios rojos. Un collar negro revolucionario, de esos ceñidos al cuello y adornados con ojales, la periodista Carmenchu Brusiloff luce impecable. Igual a como la recuerdo en las tardes de té que encabezaba en el LISTÍN DIARIO, en el año 1994, hace ya 24 años, cuando la conocí. Ahora tiene 82 años y está sentada junto al presidente Danilo Medina, de cuyas manos recibirá el Premio Nacional de Periodismo 2018.

Tengo la fortuna de ocupar una silla situada en un lugar excelente para observarla. Estoy orgullosa de que le otorguen el premio. De su trayectoria. De su energía. De que fuera mi editora. De encontrarme entre sus afectos, y ella entre los míos. Fue mi primera jefa en el LISTÍN DIARIO y la única, ya lo he dicho antes, que, en mis 27 años de ejercicio, lanzaba un grito de alegría si le gustaba uno de mis artículos. La recuerdo, también, como una persona justa, dispuesta a sopesar el trabajo y reconocer a cada quien por sus frutos.

En este acto, donde me encuentro, vuelve a mostrar ese sentido de justicia, esa nobleza de alma, que nada tiene que ver con el látigo que Dios le ha dado por lengua, capaz de poner en su lugar a quien tropiece con ella. Pero lo importante no es lo que se dice sino lo que se hace, y lo que Carmenchu ha hecho con nosotras, sus colegas periodistas, habla de su bondad. En este, su momento, en lugar de explayarse sobre méritos propios, que le sobran, se dedica a recordar a otras mujeres periodistas como Margarita Cordero, Dania Goris, Inés Aizpún, Marien Capitán, María Isabel Soldevila y yo, que llegué al LISTÍN de su mano, que hemos roto barreras en el país, haciendo más amplio el hueco para las mujeres que ejercemos este oficio.

Antes de que reciba el premio, frente a un público puesto de pie, escucho hablar sobre doña Carmenchu, su creatividad, su persistencia, su trayectoria impecable, su osadía, su valentía, su versatilidad a la hora de abordar temas, pienso que todo es cierto. Pero falta reconocer esta parte, a la que hago referencia, su sentido de justicia y su bondad, de la que yo puedo dar testimonio. Por eso, me siento llamada al escribir esta columna para dejar constancia de ello y desearle, nueva vez, ¡felicidades! a mi querida doña Carmenchu. De paso, reiterarle cuánto le agradezco y cuánto la quiero.

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