¡Desastre!

Emma salió despavorida gritando que la tierra estaba temblando, uno de mis hijos que entraba a casa en ese momento, detuvo su histérica humanidad. Es una explosión muy grande, sentenció. Poco a poco nos fuimos enterando del desastre que ha cubierto de luto a nuestras alegres navidades.

Mi morena cocinera vió por televisión las dantescas escenas de la catástrofe y empezó a gemir muy bajito. Su corazón sensible a todo lo que afecta al pueblo dominicano, se sintió agobiado por la desgracia que de golpe se abatió sobre todo un barrio de gente humilde y trabajadora. Una fábrica de plásticos, había estallado. Situada en una zona industrial, demarcada por el Dictador, por los años cincuenta, pero que poco a poco, se fue poblando hasta constituir una barriada, en la que escuelas y parvularios colindan con fábricas y negocios de toda índole. Un escape de gas natural y una cadena de errores, en un instante, convirtieron la alegría navideña en un desastre en que el dolor y la desolación cubrió con sus negros velos, los hogares de numerosas familias trabajadoras y un vecindario que apenas se repone de los daños causados por la onda expansiva. Emma no se conformó con ver la tragedia por televisión. Resuelta se plantó en el sitio de la tragedia, en cuanto la policía y los bomberos, dejaron el cerco. Acompañada de un sobrino, comprobó con sus propios ojos, la magnitud del desastre y lloro a lágrimas vivas con los afectados. Está en su cuarto rezando, mientras yo escribo estas líneas.