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COSAS DE DIOS

35 años y una pierna

Reconozco que soy despistada y, cuando lo vi sentado delante del altar, en lugar de detrás como se acostumbra, asumí que era un tema del montaje específico de aquella misa, abierta a todo el mundo, pero dirigida a los que participan en los Cursillos de Cristiandad. Reinaba un ambiente de espiritualidad, de paz, que te obligaba a omitir, sin darte cuenta, cualquier distracción.

Prometió que daría un sermón corto. No cumplió su palabra. Se extendió en aquella excelente homilía para la que no se puso de pie, entonces, pensé que se encontraba enfermo, la sotana tapaba sus piernas. También, bendijo, sin levantarse, la hostia.

Y terminó la Eucaristía. Fray Máximo Rodríguez, el sacerdote de quien les hablo, párroco de las parroquias de las Mercedes y San Miguel, permanecía sentado en su silla de ruedas, solo entonces caí en cuenta de que no era una butaca normal, cuando comunicó a los presentes una buena noticia: Ya cumplió un año desde la amputación de una de sus piernas, y todo ha evolucionado perfectamente, en un par de días, le probarán la prótesis.

Se escuchó un aplauso que él recibió con alegría. Y siguió allí, en la Casa San Pablo, atento a la charla que ofreció el padre Catalino Tejada, párroco de Buen Pastor, sobre cómo salvar a la familia. Y el padre Catalino no desperdició la oportunidad, utilizó como referente a fray Máximo para señalar por qué es importante seguir adelante, sin perder la esperanza, aunque veas caer a otros a tu alrededor.

Llamó a mantener los matrimonios, pese a los divorcios. A permanecer en la vida sacerdotal, pese a los que caen, porque se puede. Hay quienes son ejemplo de ello. Le preguntó a fray Máximo Rodríguez cuántos años lleva al servicio del Señor. Este respondió, 35 años. Y el padre Catalino dijo que, en la Iglesia, hay muchos sacerdotes como fray Máximo, que ha dado su vida a Dios y, en medio de esa entrega, ha perdido una pierna, y no se rinde, continúa su labor pastoral desde una silla de ruedas.

Entonces, se escuchó otro aplauso, el segundo que recibió el padre Máximo esa noche, la de la Ultrella de noviembre de los cursillos de Cristiandad. Ninguna palabra dicha allí caló tan hondo en mi corazón como la imagen de este sacerdote, entrado en años, consagrando la Eucaristía, amputado pero vital y feliz, desde esa silla de ruedas. Sé que, por más que yo le sirva a Dios, nunca podré igualar lo que ya le ha ofrendado este hombre: 35 años de su vida y una pierna.

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