Santo Domingo 21°C/21°C clear sky

Suscribete

COSAS DE DIOS

Cuando muere un cura

Murió el pasado domingo a dos mil 154 kilómetros de su país. Se llamaba Álvaro Rolando Chávez y tenía apenas 58 años. Lo enterraron el lunes, Día de las Mercedes, en esta tierra a donde vino de misión. Aquí, y no en su Guatemala natal, descansa su cuerpo. Era sacerdote y su paso por este mundo no dejó titulares. Un compañero suyo, que lo quería, lamentaba su muerte y lo describió como muy buena persona. Apesadumbrado, creía que pudo haber hecho más por ese hombre que sirvió en varias parroquias hasta enfermar.

Yo, que nunca he estado en el sepelio de un sacerdote, me sentí conmovida ante las fotos de la misa de cuerpo presente en la que participaron decenas de religiosos. Pese a morir joven y lejos de los suyos, este cura tuvo suerte.

Al Padre Charles Chukwukelue Ebele no lo despidieron sus compañeros, su cuerpo flota en un río de Nigeria a donde cayó luego de que volcara el bote en que viajaba junto a otros pasajeros que sí se salvaron porque llevaban chalecos salvavidas. El Padre Ebele no. Le habían asignado uno pero se lo quitó para dárselo a un amigo que estaba de visita en su parroquia. Cambió su vida por la de ese hombre. Este hecho fue narrado por un testigo en Facebook, y alcanzó unos mil comentarios. Pero nadie espere noticias de primera plana para el padre Ebele, ni las necesita. Como Jesús, dio la vida por el prójimo, es lo que le toca a un cristiano. Igual que hizo el padre Pío de Pietrelcina fallecido, también, un 23 de septiembre, pero hace 50 años.

Pese a que estaba enfermo y cansado, el padre Pío, ahora San Pío, confesaba 50 personas por día y, horas antes de morir, entró al templo, apoyado en dos sacerdotes, para celebrar la que fuera su última misa. Había desistido de participar en esa Eucaristía, pero cambió de opinión conmovido por la cantidad de peregrinos presentes en el templo. Estos hombres muestran otra cara del sacerdocio, cuya existencia hoy debe ser difícil.

En estos tiempos de escándalos, probados o no, dentro de la Iglesia, me pregunto cómo se sentirán los curas que honran sus votos, que entregan sus vidas, que ven morir a sus compañeros, en medio de precariedades, pues muchos no cuentan ni con un seguro médico. ¿A qué apelarán para seguir adelante? ¿Para no rendirse, para no colgar la sotana y sumarse a la fiesta? Qué grande debe ser la fe de los que perseveran, de los que lloran solos y entierran a sus compañeros, sin renegar, dispuestos a tomar la antorcha de la mano del que cae y continuar la batalla hasta que Dios les llame, a servir en el cielo, también a ellos.

Tags relacionados