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COSAS DE DIOS

Luis, el ángel

Tiene la apariencia de un hombre común, salvo sus ojos verdes que, en el rostro de un mulato, siempre llaman la atención. Trabaja como técnico en un lugar que, de entrada, suponemos desde fuera, ha de ser triste. Allí se tratan personas muy enfermas. Pero ni ese lugar es triste ni Luis es un hombre común endurecido o abrumado por el dolor con el que tiene contacto a diario.

Llega todas las mañanas con la misma sonrisa, la misma afabilidad. Así logró deslumbrar a una “muchacha” de 82 años, que hizo su entrada en una silla de ruedas, asustada y adolorida. No se vale por sí misma y, para subirla a la camilla donde recibe tratamiento, Luis le indica que debe colgarse de su cuello, que la levantará en vilo. Ella, una viuda en toda regla, temerosa y recatada, se muestra tímida en eso de abrazar a un hombre aunque podría ser su nieto. Se lo piensa, y es Luis quien debe animarla para que deje en sus manos el levantarla en todo su peso. Requiere un gran esfuerzo, pero él actúa como si se tratara de una pluma. Y, según pasan los días, la armonía es mayor. Hasta que su amiga entra en confianza y se cuelga de su cuello sin timidez.

El proceso que vive esta paciente es doloroso y ella se lo cuenta a Luis apenas asoma por la puerta: “Anoche no dormí”. “Mira qué hinchado está”. “Me duele muchísimo”. “No sé como me voy a subir hoy a la camilla”. Y, entonces, este hombre bueno, gentil, respetuoso y caballeroso, le responde: ”Tranquila, solo tiene que colgarse de mi cuello, y yo la subo”.

Así, un proceso traumático, se hace ligero. La paciente no reniega de esa cita matutina, que podría ser odiosa, pero no lo es. Porque allí, en ese centro donde converge tanto dolor, se ha reunido, al mismo tiempo, todo el sentido de humanidad, en los de afuera y los de adentro. Los pacientes saludan al llegar y al marcharse. Se sostienen la puerta, para que pasen, los unos a los otros. Se animan mutuamente y, cuando alguno termina la terapia, toca una campana que anuncia el final del tratamiento, entonces, empleados y visitantes aplauden, lo felicitan, le desean suerte. Es una verdadera lección acudir a ese lugar y aprender qué herramienta tan valiosa, para mostrarnos el valor de la vida y del prójimo, es el dolor.

Cómo logra que soltemos las poses, el egoísmo, y entendamos que somos unos pobres seres humanos, frágiles y necesitados los unos de los otros, y que el mayor aporte que podemos dar al mundo es hacer bien la parte que nos toca. Como Luis, ese hombre que podría limitarse a aplicar radioterapia y en lugar de eso ofrece amor, consuelo y misericordia. Su amiga, cuando tocó la campana de despedida, lo llenó de elogios a él y, también, a todo el personal de ese lugar excelente. Al salir de allí, no se cansaba de repetir que mucha gente, que parece normal, en realidad son ángeles de Dios.

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