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Viajes

Por las calles de Roma en busca de Pasquino

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Carmenchu BrusíloffSanto Domingo

‘Vamos a buscar la estatua de Pasquino’, dice mi hija Carmen a los pocos días de llegar a Roma. Yo, que he visitado la capital de Italia en varias ocasiones, ni idea tengo sobre ella. Es, sin embargo, conocida como la más famosa estatua ‘parlante’ de Italia. Y de ella se enteró a través de una novela. Tal vez de Dan Brown.

Con miras a descubrirla, nos adentramos por calles y callejuelas en el entorno de Piazza Navona, y atravesamos la piazza di San Pantaleo. ¡Son tantas plazas! En el trayecto, para cruzar de una a otra vía entramos al Museo di Roma que funciona en el Palazzo Braschi. En un área de paso se transita libremente, sin entrar a las salas de exposiciones. Por lo tanto, no hay pago alguno que hacer. Aún así en dicho espacio exhiben una berlina de gala, circa 1776, pintada y esculpida en madera dorada, hierro, bronce, piel y vidrio.

Alejándonos del trayecto trazado, a un varón que sale de una residencia, Carmen pregunta sobre la estatua de Pasquino. Su respuesta nos frustra: ‘Llevo en Roma viviendo quince años y no la he oído mencionar’. Plano en mano, Carmen se empecina en encontrarla. ‘Está por aquí cerca’. Y a un viandante que pasea a un perro y a las claras se nota que es italiano vuelve a preguntar. ‘¿Il Pasquino? Sí. Sí’, responde con entusiasmo, devolviéndose indicarnos cómo llegar. Está casi a la vuelta de la esquina. Con sus orientaciones llegamos hasta la pequeña piazza homónima, pasamos junto al consulado de Brasil que en ella tiene su sede y, a unos metros, en una esquina en chaflán de la calle San Pantaleo, salta a la vista la estatua de Pasquino, que es un fragmento de un antiguo grupo escultórico. El edificio a su vera resulta ser el Museo de Roma que recién cruzamos. ¡Estábamos despistadas! En el suelo, recostado sobre su pedestal, hay un mendigo que al poco rato se levanta para ordenar los papeles-pasquines. Imagino que con ello obtiene alguna que otra propina. Es que la tradición continúa esta costumbre que, según cuenta la leyenda, fue iniciada en el siglo XVI por un sastre llamado Pasquino, quien trabajaba para el Vaticano, y en dicha escultura colocaba papeles en los cuales se burlaba tanto de la curia como de la aristocracia.

Hoy día, por prohibición gubernamental, sobre la estatua no puede colocarse papel alguno, pero está permitido ponerlos en el muro cercano y en su pedestal. Por ello los italianos, y hasta algún que otro turista, como entretención o por convicción continúan colocando allí notas acusatorias sin firmar. El abanico contra quienes está dirigido es muy actual. En primer plano puedo mirar un acróstico contra el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. La lluvia, empero, en parte ha diluido la tinta. Pero para los italianos, al estar escritas en su idioma, lo que dice ha de ser comprensible. A mí me da igual. Logré lo buscado: encontramos a Pasquino.

El uso de los pasquines en la antigüedad era una forma de atacar sin ser identificado, protegiéndose así los acusadores de las penas establecidas contra quienes, en aquella época, difundieran lo que consideraban libelos. Los castigos a los delitos de opinión dictaminados por el papa Benito XIII alcanzaban castigos extremos, que podían incluir hasta la pena de muerte. Ante la popularidad alcanzada por los pasquines, en varias zonas de Roma surgieron otras estatuas ‘parlantes’. Entre ellas, la Bocca de la Veritá (Boca de la Verdad), incluida en los itinerarios turísticos. Los pasquineros de hoy en día ya no buscan estatuas donde colocar las notas. Para ello están las redes sociales, en este caso mal utilizadas.

Otros datos La escultura de Pasquino en Roma, según Wikipedia, no se sabe si es la original o una copia de la antigua del siglo III antes de Cristo. Fue desenterrada en el siglo XV en un punto muy próximo al lugar donde está expuesta.

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