Delincuencia creciente y obras arte

Cartel promocional de la exposición de Modigliani en el Palacio Ducale, en Génova.
2018 entra con vigor a las giratorias y diversas esferas del mercado del arte internacional. Incluso con un tintineo promocional similar al que activó la ya mítica fiebre del oro.
Del 28 al 31 de enero tendrá lugar la reconocida ArtExpo Las Vegas, un evento que según sus organizadores, anima el mercado artístico de Las Vegas atrayendo “a decenas de miles de compradores de 50 estados y 76 países” y ofrece a sus expositores la oportunidad de conectar con ese poder adquisitivo bañado por la magia deseosa de éxito y riqueza: “Artexpo Las Vegas es una oportunidad sin precedentes para que conectemos artistas bien establecidos, galeristas y editores con una base en rápido crecimiento de diseñadores de interiores, arquitectos, ejecutivos de la industria hotelera y minoristas exclusivos, la mayoría de los cuales no asisten a los mercados del Este Estadounidense, con millones de dólares en poder adquisitivo”.
Es el lenguaje que escuchan los delincuentes. La descriptiva de un mundo de riqueza fácil. Hiperbolizada por los cada vez más altos topes que alcanzan los precios de las obras de arte de importantes artistas en las resonadas subastas de Christie's y Sotheby's, para sólo mencionar dos casos.
La hipérbole sobre el valor monetario de las obras inicia en el taller de artistas que, generalmente viviendo al borde de la pobreza o abrazados por ella con la fuerza ahogante de las anacondas, en pie apenas por las ayudas que, como en República Dominicana, les ofrece el gobierno a través de pensiones, atribuyen, por el mero acto de su sacro santa voluntad, precios astronómicos al resultado de sus ejecutorias, cacareando cifras iguales a decenas de miles de dólares. En barriadas marginales. Rodeados de hambre y de mucha delincuencia.
Es un acto de ostentación social ante la imposibilidad de la ostentación económica. Revela una enfermedad creciente en los artistas: conductas hiperbólicas y fantásticas en torno al valor de sus productos.
Tal propaganda en medio de la pobreza y de las buhardillas que pululan los centros turísticos que los pintores del tercer mundo recorren tras compradores incautos, es la primera motivación para que los delincuentes pongan sus ojos en bienes “tan valiosos”.
Hemos afirmado reiteradamente que el lenguaje comercial en torno al acto de apreciación-compra-venta del objeto artístico es la primera renuncia a su calidad socio-estética, a su valor cultural.
Por la boca muere el pez, dice el refranero. Y, de cierto, el acto delincuencial sobre las obras de arte surge cuando la anomia del bajo mundo y de cuello blanco encuentran dos condiciones básicas. La primera: un comprador oportunista. Segunda: un empresario corrupto.
El primer caso es el típico y cotidiano y se caracteriza porque para lograr sus fines el delincuente activa los recursos propios de toda estafa: mucho por poco. Lo hace con menor riesgo: la falsificación. Es más seguro para él que entrar a una casa o una institución a sustraer un bien. Sólo tiene que, por sí mismo o por otros, seleccionar una obra de un artista cotizado y demandado, y usarla como modelo de las falsificaciones de productos en serie realizados a partir de esta.
Estas falsificaciones se distinguen por su burda técnica (el falsificador no es pintor ni artista y si lo es, es mediocre) y a veces difieren de los originales, para que parezcan parte del estilo, lo que las hace menos rastreables e incrementa la “veracidad” y exclusividad de sus ofertas.
El robo de obras de arte en el país es y ha sido un fenómeno aislado. La razón: el tamaño del mercado y la baja demanda de estos productos. Adquiere aristas resonantes con la pérdida o traslado de bienes muebles de calidad artística, valor cultural y propiedad pública. Un hecho de este tipo fue denunciado el pasado 12 de enero del 2018 en la sección @UstedTieneLaPalabra por @josehoepelman en el Noticiero de TeleNoticias, canal 2.
Otro escándalo sacude al arte desde el 14 de julio del 2017. Entonces fueron incautadas 21 obras de Modigliani que participaban en una exposición dedicada al artista en el Palacio Ducal de Génova.
Retenidas por su “dudosa autoría” por la Fiscalía local, las piezas fueron sometidas a la revisión de expertos que confirmaron su falsedad, según publicó el Diario el ABC de España en “Terremoto en el mundo del arte: veinte de los Modigliani expuestos en Génova son falsos”, bajo la firma de Ángel Gómez Fuentes.
Al respecto el Palacio Ducal emitió el siguiente comunicado, todavía colgado en su página web (http://www.palazzoducale.genova.it/modigliani-2): “El Palazzo Ducale toma nota de la iniciativa de la Fiscalía de Génova, a la que ha dado su máxima cooperación como un deber. Como resultado del procedimiento actual y sin importar su evolución y cómo terminará, el Palazzo Ducale ha sufrido daños sustanciales materiales y a su imagen y materiales (y corre el riesgo de ser sometido a más) y se configura solo como una parte perjudicada”.
También agregan que no organizaron la muestra ni realizaron las “obras”. Encargaron la exposición y selección de las piezas “a socios de prestigio nacional e internacional como MondoMostre Skira (http://www.mondomostreskira.it) con la que, desde hace años, se ha iniciado una colaboración consolidada e importante de la exposición "Frida Kahlo" y "De Van Gogh a Picasso” y que en su página web (http://www.mondomostreskira.it) se autodefine como “los mayores organizadores y productores de exposiciones en Italia”.
Ese comunicado revela otra de las formas y fuentes de la delincuencia alrededor de la obra de arte: curadores falsos o inexpertos, falsificadores y desconocedores de los rasgos y estilo de los artistas, posiblemente vinculados a sofisticadas y prestigiosas mafias de mercadeo local o internacional de arte.
Según nuestra experiencia, los artistas dominicanos más falsificados en el país son: Gilberto Hernández Ortega, Vela-Zanetti, Paul Giudicelli, Eligio Pichardo, Celeste Woss y Gil, Antonio Práts-Ventós, Guillo Pérez, Ramón Oviedo y Cándido Bidó.




