FÁBULAS EN ALTA VOZ

¡Deja que te toquen los años!

Hace unos días fui testigo de la ocurrencia de un niño que le reclamó a su abuela porque ella no tenía arrugas para él tocarlas como lo hace su amiguito con la suya. Con una carita tierna y hasta en un tono exigente, le dijo: “Mamá, por qué tú no tienes de esas cositas en la cara y el cuello que tiene la abuela de Tomás”. La respuesta de la señora fue simple: “Porque yo soy más joven que ella y todavía no tengo arrugas”. Nada más falso que eso. Yo que las conozco a las dos, sé que al contrario, ella es mayor que la otra persona. De inmediato llegó a mi pensamiento lo desagradecidos que somos con todo lo que nos dan los años, pues al menor asomo de sus estragos, ya estamos buscando la manera de ocultarlos. La edad se toca. Cada caricia que recibas en los pliegues que el tiempo deja en tu papada, cada marca que te admiren en tu rostro, y cada línea de las que muestran la expresión de lo vivido debe ser motivo de alegría, por haber tenido la oportunidad de vivir y haber ido dejando atrás una historia que se escribe con la sapiencia de la experiencia.

Al tiempo que pensaba en todo ello, me transporté con ella a una ciudad fabulosa donde es un logro el llegar a la etapa de la vida en la que los años se tocan. Allí vimos cómo los pequeños muestran sus afectos a los mayores acariciando su blanca caballera, pasando sus manitas por los surcos dejados por el tiempo, tocando sus párpados ya caídos por la cantidad de imágenes que han visto los ojos que sostienen, y en fin deleitándose mientras cuentan cada peca de las que marcan en la piel los años pasados. Aunque apenada porque esa no es la actitud que ella asume en su realidad, la abuela del pequeño que quiere tocar los años, se admiró al ver que en aquella ciudad fabulosa, la gente no cuenta la edad por la cantidad de años que tenga, sino por la plenitud con que la haya vivido. Observamos con atención, lo satisfactorio que resulta para el adulto mayor, que sus nietos vean y toquen cada una de las arrugas que a lo largo de su vida han conseguido fruto de la gracia Divina que Dios le ha regalado para que hoy disfruten de su descendencia. Cabizbaja, la traje a su realidad, pero ya sin que pueda hacer mucho para complacer a su nieto, pues las marcas del tiempo que se dibujaban en su cara, quedaron en el quirófano de alguna clínica de esas que deben tener millones de años acumulados. Sí, porque esa es la moda: ni un pellejo por aquí ni otro por allá. Eso sí, se olvidan de que tal vez no haya años qué tocar, pero si muuuuuchos qué contar.

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