COSAS DE DIOS

Un hermano en apuros

Si un conductor comete una imprudencia, lo primero que pensamos es que lo hace por su irresponsabilidad y mala educación. Fue lo que se me ocurrió a mí cuando, a las 7:15 de la mañana, salí de casa para llevar a mi hijo al colegio. Apenas pisamos la calle, justo en medio y en vía contraria, nos encontramos un camioncito, de cama corta, que impedía el paso, el otro carril estaba copado por vehículos que circulaban en sentido contrario al mío.

Me detuve a esperar, con “paciencia” a que el joven conductor del camión, que se había desmontado, abordara el vehículo. Así lo hizo. Estaba sentado frente al guía mientras yo hacía ejercicios de respiración en espera de que diera reversa. Pero el camión no se movía.

Continuaba atrapada, la fila de al lado era cada vez más larga. Nos miramos de frente. Le toqué bocina y el hombre hizo un gesto que me pareció de burla. Sin que ninguno de los dos escuchara lo que decía el otro, estuvimos mirándonos y haciendo señas: yo, de desesperación, y él, de aparente resignación, como que no había otra cosa que hacer que esperar a que pasara la cola de al lado para que yo me metiera en vía contraria. Una barbaridad, pensé.

Cuando encontré un hueco, pasé por el lado del camioncito, tan molesta como usted se podrá imaginar y diciéndome que ese tipo era un insolente, irresponsable y que por eso es que este país está como está. Entonces, los vi. Había dos hombres colocados detrás del camión. En cuanto pasamos, lo empujaron porque el vehículo se había dañado. El chofer hacía un gesto de impotencia no como burla sino porque, efectivamente, no se podía mover.

Guardé silencio un rato, avergonzada. Había juzgado y condenado a ese hombre, sin apelación, antes de hacer un esfuerzo mínimo por enterarme de lo que ocurría. Jamás bajé el cristal de mi vehículo, de manera que nunca oí lo que me decía. Así actuamos.

Antes de ese incidente, yo había estado orando, convencida, ¡claro!, de que vivo en el espíritu, pero el apóstol Pablo dice que si vivimos en el espíritu debemos obrar en el espíritu, también. Esto significa que nuestros frutos deben ser los del espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio. Los cuales brotarán, digo yo, aunque nos encontremos un camión obstaculizando la vía, a las 7:15 de la mañana.

El que tiene paz, gozo y amor en su corazón no piensa lo peor del prójimo, actúa con paciencia, bondad y mansedumbre. Porque no sabemos si lo que tenemos delante es un imprudente o un hermano en apuros que necesita un empujoncito.

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