COSAS DE DUENDES

Caras conocidas

Cuando somos jóvenes, la muerte y el más allá nos aterran. Piensas que el otro mundo está poblado de fantasmas. De seres misteriosos que te atemorizan y a los que no quieres conocer. El cementerio es un vecindario al que nadie se quiere mudar. Pero, a medida que pasan los años, la gente que te rodea va haciendo sus maletas y cruzando hacia ese lugar lleno de incógnitas, incluso mucho antes de lo esperado.

Calculas que cualquier día podría tocarte a ti la partida, sin tiempo apenas para despedirte. Ese momento, temido y que supones lejano, se adelantó en los caminos de muchos familiares y amigos. Te sorprendes pensando en que ellos están ahora del lado del misterio, donde no tienes idea de lo que ocurre. Eso hace que el miedo disminuya.

Ya que, por larga que sea la fila, algún día llegará tu turno y, cuando ocurra, será como tiene que ser. Si te reconciliaste con Dios, ya no te aterroriza enfrentar ese momento, que puede llegar hoy o en décadas, pues también con el tiempo aprendes que veinte años son un suspiro.

Sabes que, al cruzar el mar de la existencia humana hacia la eterna, habrá gente a quien conoces esperándote.

Hasta te podrían sorprender con una fiesta de bienvenida, sin alcohol claro, Dios no acepta vicios en el cielo. Y entiendes lo fácil que fue marcharse para algunos. La cantidad de planes que daban por hechos y que nunca alcanzaron a concretar. Recuerdo a un amigo que organizó todo para estar tranquilo cuando le llegará la vejez. Pero nunca fue viejo, se marchó mucho antes de que le entraran las ganas de retirarse.

Hubo otro que, en la universidad, me juraba que llegaría a ser presidente. Se lo creí. Parecía tener todo para lograrlo. Pero, cuando la muerte lo llamó, solo había sido profesor, lo cual no creo que lamentara, pues no dudo que esa profesión lo debe haber hecho más feliz. Pero, quizás, aún esperaba la oportunidad para hacerse político y creía que contaba con el tiempo para alcanzar sus sueños porque era muy joven cuando falleció. Por cierto, él es uno de los que espero encontrar cuando me toque decir adiós. No tengo apuro en marcharme, pero tampoco el temor es tan grande como cuando pensaba que todo en el más allá sería desconocido.

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