COSAS DE DUENDES

El pretendiente

Hace unos añitos que entré en los ta, las décadas que empiezan en los treinta y acaban en los noventa... Mi hijo mayor cumple pronto 19 años y algunas de mis amigas ya son abuelas. De manera que, cuando visito al frutero de la esquina para hacer ejercicio extra, tomar algo de sol y despejar por unos minutos la cabeza de la computadora, lo último que se me ocurre es pensar que allí voy a encontrarme un enamorado... ¡veinteañero! Pues, me pasó.

Resulta que llego y el frutero atendía a un cliente, un estudiante universitario. Este jovencito me cede su turno y se interesa por lo que pido. Que si eso es mi almuerzo... Le explicó que no, que en realidad meriendo fruta a media mañana pero, por el cúmulo de trabajo, este día ando con retraso. Hace otras preguntas que le respondo sin problemas, nada personal, todo sobre las frutas, los precios, etcétera.

El frutero se demora y me preocupa que el pobre joven continúe allí por culpa mía. Le pido disculpas. Él responde que para nada, al revés, es un placer. Trato de pensar que su tono, al decir “placer”, no fue lo que me pareció y, cuando el frutero concluye, me despido. El jovencito vuelve a responder recalcando que, de verdad, había sido un “placer” conocerme. Le doy las gracias y, ahora sí, huyo.

Cuando cruzo la calle, escucho que habla, asumo que se dirige al vendedor de frutas, y sigo mi camino. Pero vuelvo a oír, en un tono más alto, ¿puedo hacerle una pregunta? Ahí volteo y descubro que el asunto es conmigo. Por supuesto, le respondo, y me excuso por no prestarle atención en el primer momento.

Me digo que, como se ha dado cuenta que trabajo en el Listín Diario, yo iba a entrar en el jardín de la empresa, este muchachito va a preguntarme algo del periódico, ha ocurrido otras veces. Así que me toma desprevenida: ¿Podría darme su teléfono? ¡Pobrecito! Estallé en una carcajada que todavía debe estarle rondando en la cabeza y, sin dejar de reírme, le respondí: ¡Claro que no! Tú podrías ser mi hijo. Mi pretendiente cambió de color, se puso rojo, y casi sale corriendo para que el frutero no se enterara de lo que había pasado.

De regreso al ajetreo de la oficina, esto ocurrió el día de los comicios en Estados Unidos, me reía sola por lo chistosa de la situación, claro, hasta que ganó Donald Trump, ahí se acabó el buen humor.

Tags relacionados