COSAS DE DUENDES

Testigos: yo

Una mañana oraba y, entre lágrimas, le contaba al Señor sobre todas las situaciones que atravesaba en la vida. Cada zona, cada aspecto complicado, con cuadros de salud familiares que me causaron gran perturbación. En un momento, abrumada por todos esos problemas, le dije: Señor, mira cuánta carga, mira cuánta carga tengo, no sé cómo podré con tanto. Entonces, obtuve una respuesta inmediata. El Señor me respondió: no son tus cargas, son las mías.

Como dije, estaba llorosa y, pretendía seguir llorando, cuando me di cuenta de lo inapropiado de aquel llanto, ¿por qué lloraba, por una carga ajena? Si no eran mías, estaban en manos del único que las puede solucionar con tan solo desearlo, sin mover un dedo, ¿cuál era mi aflicción, entonces?

Sentí paz, tranquilidad y gratitud. Le dejé a Él, a sus pies, esas cargas que creía estaban sobre mis hombros pero que, en realidad, son suyas y pasé a darle gracias por haberme liberado de ese gran peso.

Esto que cuento es el día a día de los cristianos. Cuando se ora, encuentras respuestas. Cuando crees, y actúas en consecuencia con tu fe, Dios te muestra la salida. Pero si piensas que las cargas son tuyas, y que en tus manos están las respuestas, ocurre algo distinto. Los problemas se convierten en torres para sostener sobre tus hombros débiles. La vida, con todos sus desafíos, te derrota y puede destruirte. Tratar de seguir hacia delante sin la ayuda de Dios es como pretender cargar un gran armario tu solo mientras, sentados en espera por tu llamada de auxilio, hay una cuadrilla de hombres expertos en mudanza.

Contarle lo que nos agobia, pedirle discernimiento, orar, orar desde el alma, siempre, siempre, siempre, tiene respuestas. Y nos enteramos, incluso, durante esas conversaciones con Dios, de informaciones insospechadas como que la carga que creías te pertenecía solo a ti, en realidad es de él. Lo sé, puedo afirmarlo sin el menor vestigio de duda porque de ello he sido testigo.

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