FOLCLOREANDO
La cultura y nuestros hijos

Mis hijas dicen que siempre vivo justificando todo. Cuando vivíamos en Los Ríos todos los días nos trasladábamos en taxi a la Zona UASD y Gazcue, nuestros centros de trabajo y educación, pero luego que comenzó la ruta de la OMSA cambió el sistema y tomábamos dos guaguas de esas para llegar a nuestros destinos. Fue bastante duro el cambio y conversé con ellas expresándoles que en una guagua ellas iban a tener la oportunidad de cederle el asiento a una persona mayor, a una embarazada o a un infante.
Fue un poco difícil, porque la mayoría de las veces abordaban algunos ciudadanos que iban parados agarrándose de la barra expeliendo un olor picante de sus axilas y mis hijas no se sentían a gusto.
Otro día Amelia llegó con una algarabía porque en una de esas guaguas un señor llevaba una gallina en el asiento y puso un huevo y le dije: ¿ustedes ven? eso no se da en un taxi. En otra ocasión estamos esperando un vehículo en la Máximo Gómez con Arístides Fiallo Cabral para que nos llevara a la Winston Churchill, para de ahí abordar la OMSA que nos llevaría a Los Ríos (eran las 9:00 de la noche).
Esperamos como media hora y nada de pasar carros, sólo una guaguita de la ruta que llevan al 12 de Haina y mis hijas no se querían montar porque estaba destartalada, oxidada y le dije a mis hijas que teníamos que montarnos en vista de que era tarde y no iba a pagar un taxi. Se montaron en silencio, pero en sus rostros se notaba la incomodidad por “bajar” de taxi a una guagua destartalada.
Cuando nos desmontamos en la Churchill Nathalia me dijo en voz alta: “Usted con su cultura nos va a volver locas” y lo que hice fue reírme. Siempre le reitero que las personas tienen que adaptarse a las realidades que le da la vida y debemos asumirlas. Si tengo que montar en un motoconcho y a mi lado me pasa un Mercedes Benz o una Jeepeta de último modelo, siento que el motoconcho es mi Mercedes Benz; que si tenemos que almorzar plátanos con plátanos o pan con pan que no pensemos en el manjar que está almorzando fulanito o perencejo, que pensemos en ese “manjar” que nos ha dado la vida y que lo estamos comiendo en unión familiar.