MEMORIAS DE VIAJES
¡Ay, los chequeos en los aeropuertos!

Viajar me energiza, pero hay algo que me estresa: los chequeos en los aeropuertos antes de subir al avión. Son los primeros días de marzo (2016). Las temperaturas en España sufrieron un cambio brusco y para el día de mi llegada a Madrid la mínima es de 6 grados centígrados. Imprescindible cargar con un grueso abrigo de invierno y una chaqueta casi igual de gruesa, pese a estar a pocos días de empezar la primavera. La llegada del vuelo es a hora muy temprana, y un abrigo no es suficiente cobertura para quien viene del trópico. Sobre todo que en el aeropuerto de Barajas he de esperar al exterior para tomar el taxi. Aparte de la chaqueta y el abrigo que cuelgo del brazo, en un maletín de mano llevo, por si acaso, un sweater grueso, un gorro de lana y un chaleco. Y las medicinas, claro está. Tengo puestas unas botas altas hasta la rodilla. Voy bien, me digo, salvo cuando desde el mostrador de Iberia camino hacia el área de chequeos. ¡Qué pesados se vuelven el abrigo y la chaqueta sobre el brazo, y el bolso que no tiene ruedas! (La cartera llevo cruzada al pecho cual bandolera. No me pesa). Olvido que tengo por delante la correa de rayos X y el arco detector de metales. ¡Ay, Dios! De pie, ¡a quitarme las botas! Con tantas piezas para colocar en la correa me veo en la obligación de distribuirlas entre dos canastos. A esto se agrega el bolso. Ando sola. Así que me toca llevar los canastos ya llenos, desde la mesa donde están hasta la correa. ¡Qué complicado se ha vuelto viajar después de los atentados terroristas del 11 de septiembre en Estados Unidos! Antes, todo era más fácil. Pasado el arco detector, ¡a recoger las pertenencias y a ponerme de nuevo las botas! Y ¡a hacer fila para el chequeo de documentos en Migración! Me acerco a una supervisora: “Póngase en esa, aunque tiene más gente va más rápido”. Y cuando me dirijo hacia la cola, me indica “póngase allí”. Es el punto en el cual ésta da una vuelta. Es decir a la mitad de la fila. Nadie empero se queja. Es obvio que todos, empezando por la supervisora, han notado mi edad...