COSAS DE DUENDES
Como Pablo

De los discípulos de Jesús mi favorito es Pablo. ¿Por qué? Por imperfecto. En algunas de sus cartas a los romanos, los corintios, los efesios, los filipenses, los Tesalonicenses, a Filemón y a Timoteo y Tito, reparte “boches” en los que afloran sus disgustos ante chismes y enfrentamientos en el seno de la Iglesia. Pablo critica, acusa y envía reprimendas, pero no se aparta de su camino. Sus cartas, tan terrenales, me hacen sentir que La Biblia es producto de acontecimientos protagonizados por seres humanos normales, llenos de defectos. Solo uno de ellos superó toda prueba, todo cuestionamiento, ese fue Jesús. Por el contrario, Pablo, antes de su conversión, fue un perseguidor de los cristianos. Un hombre al que Dios debió tumbar, literalmente al suelo, cayó de su caballo cuando El Señor le habló, y quedó ciego para volver a recuperar la visión que le trajo consigo también una nueva forma de ver la vida como creyente convencido. Pablo, ese apóstol que, me parece, tenía muy mal carácter y debía ser muy directo cuando hablaba, me da aliento. Pienso que si él pudo cualquiera de nosotros es capaz de convertirse, transformarse, volver a mirar al mundo desde otra perspectiva, tropezar y equivocarse mil veces, cargar con todas nuestras imperfecciones pero, de todos modos, cumplir con nuestra misión en este mundo. Si Dios logró perdonar y usar a Pablo, un perseguidor de sus hijos más amados, ¿por qué no habría de usarnos a nosotros para su obra? Leyendo los capítulos bíblicos de este apóstol, que no conoció a Jesús pero que fue el gran difusor de su mensaje, se dice que sus cartas resumen todo lo que la Iglesia católica enseña acerca de la fe y la moral, pienso que él no era tan “santo” pero tenía todo lo que Dios necesitaba en el hombre que debía difundir la doctrina cristiana. Nuestro Creador es el mejor reclutador de personal que existe en el universo. Por eso, estoy convencida de que también nosotros tenemos todo lo que necesitamos para guiar a buen puerto nuestras vidas; vivir nuestra fe siendo testimonios de que Él existe; para orientar y amar a nuestras familias; para cumplir con nuestro trabajo y como ciudadanos. Cada día, Dios nos brinda el momento oportuno para ser el mejor ser humano en que cada uno de nosotros puede convertirse. Ojalá que aprovechemos esa oportunidad antes de que Él tenga que hacernos como a Pablo y tumbarnos al suelo para que nos levantemos viendo el mundo de otra manera.