COSAS DE DUENDES
La prueba
Todas las virtudes son difíciles de cultivar pero ninguna como la honestidad. Un dicho muy sabio dice que nadie sabe si es honesto hasta que tiene la oportunidad de robar. Es que la tentación de tomar lo ajeno nos atrae. Claro, enarbolar el discurso de la honradez es fácil. Hace unos días, alguien muy joven cometió el error de tomar un chocolate en una tienda, quitarle un pedacito y volverlo a colocar. Fui testigo de ello, y le eché un sermón. Me sentía con todo el derecho porque jamás tomo un producto sin antes pagarlo. Pero un diablito observaba y decidió ponerme a prueba. Acudí a un gran almacén para comprar dos lámparas y me las entregaron en una caja. Voy a pagar. La empleada copia el precio que aparece adherido al envase. Observo la caja registradora y veo que ha digitado el costo de una sola lámpara. La joven pasa mi tarjeta y me entrega el recibo para que lo firme. Lo firmo y, mientras, no paro de pensar que me estoy robando una lámpara. En esa caja hay dos, y yo estoy pagando una. Una vocecita me dice que, tal vez, se trata de justicia divina. Que quizás en esa tienda me han robado a mí, o a otros, muchísimo dinero. Que, a lo mejor, Dios me quiere ayudar porque sabe que los plátanos están a 25 pesos y a mi hijo le encantan. Que, al final, ese puede ser el precio real de la bendita lámpara y todo lo demás era ganancia. Que luego voy a enterarme que a una amiga mía le vendieron la libra de bacalao a un peso y ella se fue con su carita tan fresca y no sintió ni un chin de culpa. En fin, que ya el joven que ayuda a cargar la mercancía está tomando la caja con las dos lámparas y yo sigo con la factura en la mano. Entonces, pienso que hace un par de meses me ocurrió algo similar, con el precio de un artículo que me lució demasiado barato. Esa vez, para confirmar, busqué a una supervisora. Ella verificó el código y yo compré el producto convencida de que había encontrado una ganga. Pero después, en otra tienda, encontré el mismo artículo con un precio muy superior. Creo que el otro lo habían etiquetado mal. Esa vez, callé mi conciencia porque hice todo por pagar lo justo. Tras recordar ese incidente, observé la caja con la lámpara “dos por uno” y me dije que nadie tiene tanta suerte, ¿otra vez pagaría menos? No, esa lámpara “gratis” era una prueba. Entonces, le mostré a la cajera su error. Salí de allí muy contenta de haber hecho lo correcto, como si hubiese pasado con cien un examen final.