REALIDAD Y FANTASÍA

Viendo llover

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María Cristina de CaríasSanto Domingo

La lluvia, siempre la lluvia, tiene la virtud de transformar a mi dicharachera factótum en una persona melancólica y silenciosa. Cuando empezó a llover, Emma se mostró entusiasmada. Había tanta sequía en los campos que el agua bienhechora era la salvación de los campesinos. Todo fue bien hasta que empezó a diluviar. El suelo se saturó y la ciudad se inundó por dondequiera, luego sus amistades empezaron a comunicarse con mi morena cocinera, relatándole las inundaciones que ocurrían por doquier. Esto la alarmó y enseguida me dijo que se iría para su casita de Nigua porque de seguro se iba a ¡inundar. Efectivamente, aunque no ocurrió como en otras épocas, el agua invadió la salita y se metió también por la cocina. Después de que remedió el problema, regresó a casa. Yo me puse al habla con un amigo arquitecto, quien me prometió ir a solucionar el asunto en casa de Emma para que no vuelva a sufrir inundaciones. Esto llenó de gozo a mi morena cocinera y se dispuso a ponerle remedio a cualquier inconveniente que causara la incesante caída de agua. Poco a poco su disposición cambió, sus ojos se tornaron tristes y su risa no sonó en todo el día. Al pasar por la cocina la vi asomada al patiecito viendo caer la lluvia, y sus suspiros se sentían hondos como si le salieran del alma. Traté de animarla diciéndole que los arreglos que hicimos en meses pasados no permitían ninguna inundación en casa y que así sucedería en la suya. No logré animarla. La influencia del agua y el cielo encapotado es demasiado poderosa. Tendré que esperar a que se alejen las vaguadas, no tengo más remedio...

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