MEMORIAS DE VIAJES
Junto al Alcázar de Córdoba me apeo
En la parada junto al Alcázar de Córdoba me apeo del bus. Dejó de lloviznar. En lugar de entrar al monumento, cruzo a una cercana plazoleta para observar cómo un joven entrena a un perro. Sobre el pavimento, dibujos simétricos y detallistas realizados con guijarros decoran anchas franjas. El cielo se ha tornado de un vívido azul, y las escasas nubes recuerdan copos de blanca nieve. Atrás queda la amenaza de agua. Para entrar al Alcázar de los Reyes Cristianos pago 4.50 euros. Mi primera visión: un sarcófago romano labrado en tres de sus cuatro caras, hacia el año 225. Excepcional. Me asomo al balcón, y observo las excavaciones hacia un patio interior. Da la sensación que ha tiempo fue interrumpido el trabajo. Tal vez me equivoque y los materiales estén dispuestos para reforzar parte de la estructura del monumento. Entro en el enorme salón auditorio en cuyas paredes cuelgan grandes mosaicos de la época romana descubiertos en la década de 1950, pero no aquí sino en la Plaza de la Corredera. Uno de ellos, de 1045 cm por 555 cm, muestra motivos marinos y geométricos. Hay otros que aparecieron en puntos distintos del subsubsuelo cordobés. Al abandonar el salón, me intereso por visitar los baños árabes. A una señora que sale de un cuarto con rostro demudado, le pregunto si ahí están los baños árabes. Dice que sí con un gesto cansino. Prontamente me adentro en la zona hasta que al verme completamente sola, en lo que me parece un laberinto de espacios de reducido tamaño, entiendo la reacción de la mujer. Solo atino a pedir a Dios que no me dé claustrofobia. Tengo la sensación de estar perdida. ¡Quiero salir de aquí! Por fin lo logro, hasta alcanzar los jardines bien cuidados. Pero otra vez me confundo en la ruta, y doy vueltas por los mismos lugares hasta alcanzar la zona de salida. ¡Justamente por la entrada! Ya al exterior, admiro este Alcázar de los Reyes Cristianos del siglo XIII. ¡Impresionante!