CAMBIEMOS LA PÁGINA
Un compromiso que sobrepasa el dolor
“Amar al prójimo debe ser tan natural como vivir y respirar”. Este dicho popular de la Beata Madre Teresa de Calcuta se ha hecho tangible en la Junta de Desarrollo Gualey (Judegu) que con casi 18 años de labor continúa siendo un soporte para niños, jóvenes y envejecidos de esta comunidad y vecindades aledañas. “Desde el 6 de mayo del 1997 trabajamos con envejecientes y niños indigentes de diferentes comunidades: Gualey, Espaillat, 24 de Abril, Capotillo, Simón Bolívar, La Ciénaga, Los Guandules, entre otros”, comenta Arelis Morales, fundadora de la junta. Ella cuenta que esta organización nació como una respuesta de las necesidades que había a su alrededor. “Gente pasando hambre, niños fumando droga, ancianos con falta de cariño, era el panorama que decidimos cambiar. Empezamos seis personas frente a la iglesia Santa Ana, de ahí nos mudamos al barrio Gualey. Al principio nos reunimos en banquitos en la calle o en la casa de uno de los miembros”. Benevolencia sin límiteLa fundación extiende sus brazos desinteresados lo más que puede para brindar ayuda a las personas de cualquier sexo, edad y condición. “Tenemos una escuela que tiene 140 niños, un comedor donde a diario comen 160 personas, un club para personas diabéticas e hipertensas donde se le otorga medicina sin ningún costo, una iglesia, un instituto gratuito de inglés para jóvenes, al igual que cursos de informática y masajes, que se imparten avalados por el Instituto Nacional de Formación Técnico Profesional (Infotep)”, manifiesta. Además, llevan orientación y alimento a las comunidades. “Entregamos raciones de comida en los sectores y hacemos jornadas de charlas sobre violencia, sobre tuberculosis, cáncer y prevención de drogas”. Sustento monetarioComo toda fundación que ofrece asistencia social, Judegu hace malabares para poder costear los gastos. “Solo recibimos 25,000 pesos mensuales del Gobierno. Eso da apenas para pagar la luz, el teléfono, a la persona que limpia y a algunos maestros, pero no cubre para nada todas las cosas que hacemos. La contadora me dice que ella no sabe cómo hacemos tanto con tan poco”. Por eso para subsistir realizan kermeses, giras y acuden hacia personas que donen lo que puedan. Para pagarles a los seis profesores que laboran en la escuela, piden una contribución mínima de 200, 500 o 600 pesos a los padres. Soporte ausenteHace seis meses que falta la zapata que construyó la Judegu. “La organización ha seguido su curso pero se siente un gran vacío. Él lo era todo. Los envejecientes llegan a la oficina y se ponen a llorar porque él era una persona que, si tú llegabas y decías que tenías hambre, sacaba de su bolsillo para que compraras algo o te buscaba alguna ración de comida donde sea”, expresa Morales mientras sus ojos llorosos miran su foto. “Radhames Curiel -expresa con orgullo- era mi esposo y fundador de la organización”. Sin muchas ganas de remontarse a ese triste día relata: “Salí temprano hacia la organización, mi esposo se quedó con mi hijo en la casa. Cuando voy por la esquina veo al vecino con una botella de Malta Morena en la mano, él me da los buenos días. No sé por qué, pero el corazón en ese instante se me quiso salir por la boca. Llegué a la fundación y llamé a mi casa y nadie lo tomó. Después de media hora me llama una vecina desesperada, al mismo tiempo entra un señor y me da las malas noticias: el vecino que vivía casi al frente de mi casa mató a mi esposo a tiros”. Narra que Luis Manuel Espinosa esperó a que su esposo pasara por su lado y le dio tres balazos por la espalda. “Él confesó cuando lo apresaron que lo había matado a quemarropa por envidia y lo único que a esa familia le hicimos fue mucho bien. Él y su esposa trabajaron en la fundación”. El presunto asesino está en la cárcel La Victoria, tiene tres meses de coerción. La magistrada Clara Almonte, jueza presidente de la sexta juzgada, es la que lleva el caso. Arelis solo exige justicia. “Yo les pido, tanto a los jueces como a los fiscales, que se haga justicia, no fue a un delincuente que mataron, él era un luchador, una persona trabajadora. No bebía, no fumaba, no tenía vicios de ninguna clase, su única adicción era servirle a la comunidad como lo hizo durante toda su vida”. Curiel tenía 55 años. Firme determinaciónA pesar de lo difícil que es seguir sin la presencia de su amado, Arelis Morales enfatiza que quiere ser leal a los motivos que la movieron a unir fuerzas con su esposo hace casi dos décadas. “Cuando vi que le pasó eso a él, a mí me entraron deseos de dejar la fundación, pero por la moral que mi esposo predicaba no me atreví, él siempre decía: ‘Si falto yo un día, tú sigues con esta labor y si faltas tú, sigo yo”, enfatiza. Confiesa que su motivación más grande es llevar una mejor calidad de vida a las comunidades, que los jóvenes puedan salir adelante y que los envejecidos tengan esperanza. “Ver más de 60 jóvenes que son profesionales en diferentes áreas como ingeniería, psicología y magisterio, que iniciaron en nuestra institución y siguieron estudiando, no tiene precio. Otra satisfacción es observar a ancianos sacar su cédula y firmar porque aprendieron a escribir y leer con el programa ‘Quisqueya aprende contigo’ donde en la última graduación investimos 140 personas”, concluye con ansias de que su esposo también pudiera ver los frutos que hoy se siembran por el arduo trabajo que desempeñó mientras vivía.