COSAS DE DUENDES
El autoboicot
Cuando una persona se opone a nuestros objetivos, inventando trabas y lanzándonos obstáculos en el camino, puede que, en lugar de desanimarnos, se convierta en un incentivo para lograr nuestras metas. Es sabido que si en un grupo aparece alguien que busca la excelencia, por esa tendencia del ser humano a competir, aumentan las posibilidades de que otros, dentro del grupo, también quieran hacer las cosas bien. Un enemigo visible, conocido, se puede transformar en el mejor impulso para que demos el máximo y logremos trascender.
Pero cuando el enemigo resulta invisible, porque se oculta dentro de nosotros, enfrentarlo es un gran desafío para un ser humano y, si logra ganar, su triunfo será el mayor de su vida. ¿Por qué? Porque significa que logró vencerse a sí mismo. El autoboicot son las trampas internas y acciones autodestructivas que nosotros urdimos y llevamos a cabo contra nuestras metas y sueños.
Es el látigo que nos clavamos en la espalda, como una manera de castigarnos, cuando fallamos y, entonces, tratamos de destruir todo aquello que, entendemos, no nos merecemos.
Mucha gente lucha contra esa tendencia a abandonar la meta apenas instantes antes de lograrla; a dañar relaciones, que funcionan bien, buscándole la quinta pata al gato porque, en el fondo, creemos que no nos merecemos ser felices.
Ocurre que aparentamos buscar el triunfo, pero, en realidad estamos empujándonos hacia el fracaso con acciones como plantearnos veinte metas al mismo tiempo, a sabiendas de que será imposible alcanzarlas todas. Es que, al final, terminaremos diciéndonos: yo sabía que tú no eras capaz de hacer eso. Entonces, puede que, como auto castigo, terminemos por destruir aquello que habíamos construido. Esta situación, del autoboicot, pasa con frecuencia en personas a quienes se les dijo, o se les dio a entender de niños, que no merecían nada, y que tampoco lograría alcanzar gran cosa. Ese mensaje se cuela en la psiquis y hay quienes se pasan la vida luchando contra sí mismos sin darse cuenta.
Así que si el enemigo que le tocó enfrentar tiene nombre y apellido, alégrese, pero si no, le recomiendo que se analice, busque un espejo y, a lo mejor, le estará viendo la cara a su mayor rival, usted mismo.