MEMORIAS DE VIAJES
Por la lluvia sigo en el bus cordobés
Imposible bajarme del autobús hop-on hop-off que por la lluvia decidí montar en Córdoba. Tal vez así conozco más monumentos y puntos turísticos, pero apenas sirve para verlos de lejos. Por los audífonos suena música andaluza, alegrándome este rumiar contra el agua que trastorna esta visita, mi tercera o cuarta a la ciudad andaluza. Por coincidencia, siempre rápida. Mientras el vehículo se traslada por los barrios modernos, me quedo alelada al ver cómo un ciclista pedalea por la acera teniendo un paraguas abierto que agarra en una de las manos. La otra va en el manubrio. ¡Vaya equilibrio! De pronto ante mí, la Plaza del Corazón de María y su respectiva iglesia. Seguimos atravesando barrios hacia zonas más antiguas: San Lorenzo, San Andrés, y una fugaz mirada hacia un patio cordobés, de los que abundan en este paraíso de culturas orientales. Así lo externa la descripción oficial. “¡Mire San Lorenzo!”, me advierte ufano el conductor. Razón tiene al llamar mi atención. Es una iglesia preciosa con un pórtico de tres arcos, algo poco frecuente en Andalucía. De reojo miro luego hacia una cúpula. ¿Será la de Mazarelo? Más tarde he de averiguarlo. A la derecha tengo el Palacio de Viana y, de frente, el Convento de Clarisas de Santa Isabel de los Ángeles. De nuevo mirando a la derecha, Santa Marina, y a la izquierda el monumento a Manolete, el famoso torero que murió corneado por un toro: Islero. Este es un barrio de toreros, peñas flamencas y taurinas, y está Lagunilla donde nació Manolete, acota el chofer, presto a darme informaciones de su ciudad, tal vez porque la única que a bordo habla español soy yo. El resto se atiene a los audífonos. ¿Pondrán tanto entusiasmo en esas descripciones? A cierta distancia El chimeneón: es lo que resta de la desaparecida fábrica de aceite. Y más allá la Torre de la Malmuerta, una torre octogonal que data del siglo XV, de la cual varias leyendas se cuentan. Entre ellas, la destinada a los oídos del turista: alude a una joven que desde allí se lanzó. Dice el conductor que, por ello, la denominan como la Mal Muerta. Tal leyenda, empero, no es la original. Hay otras con nombres y apellidos, pero ninguna de ellas implica lanzarse desde la torre. ¡Sigo en el bus!