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Testimonio

Una vida dedicada a forjar el metal

HÉCTOR DUVERGÉ HABLA DE SU INCLINACIÓN POR EL OFICIO

¿En casa de herrero asador de palo? No en casa de Héctor Duvergé. Entrenado en su adolescencia en el uso del torno en Armería San Cristóbal, Duvergé no limitó al ámbito laboral su afición por la faena manual y el dar forma al metal. Fabricó para su familia martillos, jarros y otros utensilios de cocina, además de lámparas, una mesa para televisor y artículos de valor sentimental como su anillo de bodas, su cama matrimonial y la cuna de sus hijos. “Y si sigo buscando en la memoria, no acabamos hoy”, afirma Duvergé, de 76 años. “Son cosas que yo me las ingeniaba -comenta-. Yo veía cualquier cosa y buscaba la forma de hacerla, porque yo digo que hay que buscar la economía”. Algunos de esos objetos de metal, que hoy describe como “chucherías” (“Ya eso lo venden como nada y por nada”, señala), los perdió o regaló, pero conserva el que más valor tiene para él: un troquel para hacer perdigones para rifles de cacería. Fabricando perdigones de plomo, que en la década de 1960 vendían a un centavo la unidad, Duvergé y su esposa Milagros Medina compraban “la yuca de la semana”. Cuenta que estuvo entre quienes forjaron las piezas de metal del sótano del templo de San Cristóbal donde sepultarían a Trujillo, por cuya muerte Duvergé y Medina debieron posponer su boda, fijada en principio para el mismo día en que ocurrió el tiranicidio (30 de mayo 1961). Sus hijos y esposa admiraban que él viviera con la ilusión de fabricar objetos con sus manos, una costumbre a la que renunció porque no posee un taller. Reside en un apartamento en Los Mameyes y de forjar metal en ese lugar molestaría a los vecinos, pero reconoce que le hace falta crear con sus manos. “Los años que yo duré arriba de esos hierros no fueron pocos”, concluye Duvergé.

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