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‘Porque para Dios no hay nada imposible’

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Maruchi R. De ElmúdesiSanto Domingo

(Lc 1, 37) Último domingo de Adviento. Ya finaliza el tiempo fuerte de Adviento, y ya está cerca ÉL que había de venir.

¿Cómo ha sido nuestra espera? ¿Hemos pensado en este tiempo en Jesús de Nazaret, el personaje central de esta fiesta de la Navidad? O solamente hemos pensado en cumplir lo establecido por la sociedad: fiestas, regalos, bebidas, comidas, etc. ¿Hemos tenido presente alguna vez para qué ha venido Dios a encarnarse en nosotros, hombres y mujeres de hoy? ¿Quién es para nosotros Enmanuel? ¿Estamos preparados para recibirlo en nuestro corazón? ¿Cómo está nuestra fe? Ya se nos revela el misterio mantenido en secreto durante tantos siglos, nos dice hoy San Pablo. ¿Cómo recibo esta Buena Noticia, que el ángel Gabriel le ha revelado a María? ¿Respondería yo igual que hizo María a esa Palabra de Dios? ¿Es nuestra fe tan grande como la de María y respondería Sí al igual que ella? ¿Son nuestras actitudes de esposas, madres, hijas, las de personas capaces de creer verdaderamente que para Dios nada es imposible? O ¿sería la de las mujeres que están pidiendo que se despenalice el aborto, porque no somos capaces de asumir nuestra responsabilidad de madre de ese hijo que no pidió venir al mundo, por la razón que fuera? Ojalá no nos importara lo que piensan los demás, cuando deseamos aceptar una situación diferente a la que el mundo nos propone.

Ojalá no nos importara ser coherente con nuestra fe aun en medio de las muchas dificultades que se nos presentan en la vida.

Estaríamos tranquilos porque Dios está con nosotros, y entonces no hay por qué tener miedo.

María decidió que su fe y su confianza en Dios prevalecieran “ante la extraña e inquietante noticia, traída por un mensajero más inesperado aún. La virgen llegó, por fe, a la conclusión de que el nacimiento milagroso que le anunciaban era milagrosamente posible, ya que venía de Dios.

Razonó que el Señor no la dejaría abandonada, por muy extraña e inusual que fuera la vocación que tenía reservada para ella. Desde la perspectiva de la fe, María pudo responder al ángel con el idioma de la fe sencilla: “Que Dios haga conmigo como me has dicho” (Lc 1, 38).

Ni siquiera pidió una señal de confirmación, sino que estuvo dispuesta a arriesgar su inminente boda y aceptar la posibilidad de morir apedreada. Para ella Dios era digno de toda la confianza. ¡Qué digna de encomio es la fe de los humildes y sencillos! ¡Qué miedo tenemos de decir Sí al Señor! María es el personaje central de la liturgia de hoy, y ella desea que en estos tiempos, de incredulidad, pongamos nuestros ojos en el Señor y confiemos.

¡Que el Señor Jesús nazca pronto en nuestros corazones para poder cambiar la cultura de la muerte en una cultura para la vida, de la que la mujer puede ser su artífice. Amén.

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