LA CUARTILLA

El polvode Cronos

Las horas son intensas. A veces avanzan, nos envuelven. Las horas son una piedra de hielo, un iceberg, las horas son un torrente blanquecino de nieve y desolación, son el fundamento de la vida, procreadas por Cronos, dios egoísta que nunca envejece y que envejece todos los días y por ello su eterna juventud de nieve, de frialdad abrasiva. Las horas son fetiches. Les gusta que las retemos, que como algunos idiotas quieran engañarlas a punta de bisturí, a punta de estética pasteurizada. Las horas, se desgranan, se desgreñan. A veces se parecen a Elvis, a veces a Lennon y otras, las más descaradas a Bob Marley. Son las horas que no han pasado, que se convierten en estepa, en soledad y, a veces, se congelan. Cuando avanzan hay un arma de doble filo, cortante; avanzan y avanza todo, el reloj es indetenible. Cuando se congelan todo se mantiene inerte. Frío, un cansancio inimaginable apelante; terror de mujeres indómitas que se niegan a envejecer y que han apostado a que la vejez es una enfermedad, son tercas las horas, graníticas, mancomunadas e infames. Esas malditas. Las horas.

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