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Kennedy: ¿qué hay detrás del mito?

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María Antonietta RonzinoSanto Domingo

Cincuenta años después:“Ni fue un presidente sobresaliente ni su mandato estuvo plagado de logros: ¿cuál fue entonces la clave de su éxito?”. Para mí fue un acontecimiento muy importante, a la vez que doloroso. Era la tarde del 22 de noviembre de 1963: habían asesinado al entonces presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy. Yo vivía en Nueva York y enseguida todo se paralizó. Una tristeza muy grande invadió todos los rincones de esa ciudad, de ese país, y sé que de muchas partes del mundo. En mis acostumbradas visitas a las librerías, encontré en Amengual la revista GEO, y la compré porque trajo la historia de los Kennedy. El afán del padre, del patriarca, Joe, de tener hijos triunfadores, y lo consiguió. El precio no era relevante para él. Entre otras muchas cosas, Mathias Mesenholler, autor de “El clan de los Kennedy”, señala: “Hace medio siglo, el ocho de noviembre de 1960, la elección de John F. Kennedy como presidente de Estados Unidos supuso la culminación de la ambición de su padre, Joseph P. Kennedy. Millonario, hecho a sí mismo. El patriarca del clan de origen irlandés tenía una obsesión. El ascenso social y político de su familia. Tras el fracaso de su propia carrera diplomática y la muerte del primogénito Joseph R. Jr., le quedaba una única opción: catapultar al segundo vástago a la cima. John, un bohemio donjuán de salud quebradiza, no hizo más que seguir la senda marcada por su padre”. Agrega el autor que a John no le gustaba trabajar mucho, prefería tirar un balón de futbol americano en la oficina, y la casa que compartía con amigos y su hermana Eunice parecía un piso de estudiante: las alfombras desgastadas, camisas tiradas en las sillas, ropa interior metida entre los cojines del sofá, detrás de unos libros, hay una hambuguesa llena de moho y un continuo vaivén de amigos, familiares y, claro, mujeres, porque Jack buscaba sexo como un adicto: secretarias, modelos, azafatas, deportistas, celebridades del cine, le daba igual. Su obsesión de conquistador parecía incluso superar la del padre”. “Detrás del carisma no hay más que vacío”.

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