COSAS DE DUENDES
Nueva afición
En un apartamento de Londres, dos jóvenes aristócratas esperan a un grupo de amigos para cenar. El buffet ha sido colocado sobre un mueble que guarda en su interior un secreto terrible, es el cadáver de uno de los convidados a la cena. La trama pertenece a una de las obras maestras de Alfred Hitchcock,”La Soga”, que data de 1948. Esta producción, filmada en un pequeño apartamento, es una joya del suspenso y una de las películas que han despertado en mí una nueva afición: la pasión por el cine viejo. Gracias a la Internet, con el perdón de los derechos de autor, he podido disfrutar de filmes famosos y de una belleza increíble como “Lawrence de Arabia”, de 1962, a la que un amigo cineasta se atreve a calificar como la mejor película de todos los tiempos. También, hurgando en la red, pude deleitarme con escenas de esa historia de amor insuperable, que mi papá se tomó la molestia de traerme desde el Seibo para ver en la capital: “Lo que el viento se llevó”. Aunque en esa época, finales de los 70, en nuestro pueblo funcionaba el cine Minerva, hemos retrocedido porque desde hace años lo cerraron, recuerdo que se trataba de una reposición de este clásico que se proyectaba en tandas exclusivas, creo que en el cine Triple. Lo leí en la cartelera del Listín y le rogué a mi papá que fuéramos a verla. Él armó el viaje para reencontrarse con aquella fotografía y aquella banda sonora que no dejaba de alabar y yo descubrí los trajes preciosos de Scarlett O’Hara y esa rebeldía, de niña malcriada, con la que me identifiqué tanto. Quién le habría dicho a mi papá que yo podría volver a ver cualquier día, a cualquier hora, momentos inolvidables de esa película que nos costó cuatro horas de viaje y una estadía de fin de semana en la ciudad. La modernidad nos ha dado el privilegio de acercarnos a lo mejor del pasado y convertirlo en parte de este presente, al que le hace falta un toque de heroísmo y romanticismo, pero sin cuota “extra grande” de sexo. Las películas viejas, además, hasta pueden hacernos reír por los efectos especiales que ahora resultan casi infantiles. Todo es disfrute en este pasatiempo. Mi intención ahora es lograr que mis hijos, que como mi padre y yo aman el cine, vean esas películas a las que los años vuelven más increíbles. Si no alcanzo ese propósito, aspiro a que, cuando lleguen a la adultez, les pase como a mí y un día descubran una nueva afición: volverse fanáticos de las películas viejas.