COSAS DE DUENDES
Autoridad
Un blanco de ataques frecuentes en los programas de radio son los agentes de la Autoridad Metropolitana del Transporte, AMET. Las quejas apuntan en todas las direcciones: Autoritarismo y abuso, cuando detienen conductores por nimiedades; negligencia, si permanecen impávidos ante infracciones flagrantes; torpeza, si en lugar de agilizar la circulación, la obstaculizan y corrupción, cuando piden dinero. Me identifico con muchas críticas. Un día, me di cuenta que yo misma he transmitido a mis hijos esa desaprobación frente a los AMET al encontrarnos con un atasco y el menor sentenciar: “Eso es el AMET”. Con remordimiento, me sentí en la obligación de aclararle que, si el agente no hubiese estado allí, la situación habría sido aún peor. Resulta que hemos minado tanto la autoridad de quienes deben hacer cumplir las leyes de tránsito que un hombre se atrevió a incendiar una grúa de la institución, porque le incautaron su motocicleta mientras circulaba en vía contraria. Robinsón Alcántara, de 43 años, le prendió fuego a un camión-grúa en San Cristóbal. Esa noticia me produjo una preocupación mayor que las quejas sobre los agentes de la AMET. Porque, cuando el abuso viene desde la autoridad, los ciudadanos somos llamados a la indignación y la denuncia. Así aprendemos que debemos seguir mejorando un sistema que explota por sus remiendos y debilidades. Pero cuando la agresión surge desde el ciudadano hacia la autoridad, siento terror porque el siguiente paso es el caos. Suponga que usted incendia un carro patrulla de cualquier país más avanzado, ¿a cuántos años de cárcel se expone? Y esto tiene sentido porque si un agente que regula el tránsito no merece respeto, ¿a quién acudir cuando otro conductor trate de pisotear sus derechos? Entre los que cada día hablamos, y me incluyo, de las deficiencias de los AMET, abundan personas como los que obligaron a que se colocara una larga fila de pilotillos “con sogas amarradas”, en la entrada del elevado de la avenida JF Kennedy, luego de cruzar la Winston Churchill. Esta medida, que nos retrata como pueblo, fue necesaria porque nadie se atiene al orden de la fila y los pilotillos individuales eran arrastrados entre las ruedas de los vehículos más agresivos. Y es que esta sociedad, tan rápida para la crítica, cuenta, en su mayoría, con ciudadanos que no respetan las leyes ni la autoridad, incluso cuando esta última hace lo correcto.