COSAS DE DUENDES
Con pasión
Trabajar en lo que amamos es uno de los ingredientes en la receta para ser felices. Si en la vida existe una posibilidad de aproximarse a la felicidad, creo que esa posibilidad debe incluir una opción innegociable: la persona tiene que trabajar cada día con pasión en el oficio o la carrera que ama. A lo que se dedique el individuo no tiene mayor importancia, si le gusta lo que hace. Las circunstancias adversas, tampoco cuentan. Es que el placer de ganarte la vida haciendo lo que disfrutas, tiene en el trabajo mismo su propia recompensa. La sensación de euforia que sientes cuando vez los frutos del empeño que pones en lograr algo, es como un trofeo que te entregas a ti mismo cada día. Voy a citar un caso. En el gimnasio al que asisto hay varios profesores que imparte clases en las bicicletas fijas. De todos, uno se sale de lo común. Esto hace que su horario, no importa si es a las cinco de la mañana o las diez, siempre esté lleno. La razón es que cada una de sus clases representa un reto que nos lleva a sudar y liberar adrenalina. No conozco las circunstancias especiales de su vida pero, supongo, que como la de millones de seres humanos en el mundo, no debe ser un lecho de rosas. Por ejemplo, su trabajo, para alguien que no lo disfrute podría resultar “una lata”. Varias veces en la semana debe madrugar, ponerse unos pantalones cortos, tennis y camiseta para montarse sobre una bicicleta y enfrentar a un auditorio integrado por personas medio dormidas que esperan que él les ayude a despertar y a sudar. Atrás dejará, como cada quien, la mochila de su vida cargada con los problemas cotidianos de hijos, pareja y cuentas por pagar, sazonadas, en estos días, con el anuncio de una nueva reforma fiscal. Si este hombre no disfrutara lo que hace, tendría razones de sobra para decirse a sí mismo que su trabajo es difícil por el sacrificio que conlleva. Él completa el mismo ritmo de ejercicio que sus alumnos. Podría despertarse maldiciendo cada mañana el fastidio de pedalear aunque tenga gripe, le duela la espalda, o simplemente, no le apetezca. Pero llega sonriente y con su buen ánimo contagia a la clase. Además, le gusta innovar. Un día dejó el aire acondicionado apagado y convirtió el salón en un mini sauna. En otra ocasión, lanzó el reto de permanecer pedaleando de pie toda la clase. Esa actitud resulta usual en quien busca la excelencia sin importar si lo que hace es lavar carros o diseñar aviones. Además, observo que prepara sus clases y estudia las canciones porque va impartiendo instrucciones, sobre velocidad y posición, acordes con cada cambio en los ritmos. En la última sesión, lo vi erguirse sobre su bicicleta haciendo ademanes similares a los del director de una orquesta sinfónica, con la misma concentración que si estuviera sobre un gran escenario. Su imagen me recordó una frase del libro “Una Vida con Propósito” que dice que se puede ordeñar vacas para la gloria de Dios. Sólo se trata de poner pasión y amor en lo que haces.

