MEMORIAS DE VIAJES
A la hora del almuerzo en zona del Teatro Real
Es la hora del almuerzo, cuando en mi andadura por la capital de España me veo en la cuadrada Plaza Isabel II, que luego de la remodelación luce despejada. Permite así una mejor proyección del edificio que aloja el Teatro de la Ópera, pero queda convertida en un frío espacio visual. En este entorno, hay varios locales para comer. En la esquina de La Priora con Caños del Peral está La Vaquita Argentina. Frente a la fachada del teatro, teniendo de por medio la plaza, está De María. A su lado, Taberna Real, y en otra esquina la M, sí, la de McDonalds. Entre otros tantos. Músicos ambulantes interpretan melodías porteñas, y muy cerca hay montado un puesto callejero donde se venden castañas asadas, pero además maíz ¡y batata! Tras echar un vistazo por fuera, entro al Café Vergara cuyo interiorismo es agradable: muros adornados de espejos de diferentes estilos y tamaños, medallones en yeso en la parte superior de las paredes, y cornisas con motivos en alto relieve formando guirnaldas. Con la idea de que me servirán más rápido, pido el menú del día, a 12.95 euros. De sus platos elijo gazpacho andaluz, lomo de salmón al grill, tarta del día, y una copa de vino tinto que, igual que el pan, está incluido en el precio. La sopa del gazpacho viene en cazuela, mientras los vegetales picaditos y los cuadritos de pan están servidos en un platico aparte. Uno los echa según su gusto. Los camareros tutean a los parroquianos. Un mozo en la barra, a un joven que le pide algo, le dice mientras señala a la mesa: “Siéntate que te lo llevo”. Por los acentos que escucho, la mayoría de los mozos son latinoamericanos. De buenas a primeras, en el local no cabe otra persona más. Está lleno. Sufro las consecuencias. No hay forma de que me traigan el segundo plato. Hago señas a un mozo indicándole que terminé el gazpacho. No me hace caso. En voz alta le llamo: “¡Joven!” Responde con una interrogante: “¿Si señora?” Le pregunto, a mi vez, “¿En qué está lo mío?” Su respuesta me deja anonada: “Le toca esperar porque…”, y sin terminar la oración, hace un gesto hacia una mesa de muchas personas. Posiblemente llegaron antes que yo, mas no estoy segura. Parece que la cocina no da abasto, y los mozos se atortojan. Traen finalmente el salmón, acompañado de arroz blanco un tanto blando y soso. De pronto, me toma de sorpresa una espina. Confío no tropezar con otras más. Sea como fuere, he de tener cuidado. En cuanto al postre, la tarta de la casa es hoy de chocolate, y con fuerte sabor a chocolate negro. ¡Ni modo! Un almuerzo de domingo que en sentido general ha sido pasable, pero con baja nota.

