TRIBUNA ABIERTA

Una enseñanza de cómo adorar

Con un gesto de la cabeza, la Virgen nos invita a arrodillarnos en frente del pesebre, y juntos adorar al niño Jesús representado allí. La adoración nos lleva a la contemplación, y la contemplación al deseo de estar presentes en la cueva, inmóviles como la madre, velando al niño, amando el amor y estando en la presencia de Dios. Un ícono El cuadro de Nuestra Señora de Altagracia en Higu¨ey es un ícono. No hay un elemento, un color, ni una relación entre si que no tenga su significado. Efectivamente hay 62 distintos símbolos para meditar, entre ellos: Lo que parece un delantal es un “rayo de luz más blanco que la nieve”. Es el Mesías mismo quien traspasa, -sin dañar de manera alguna- a la Altagracia, recogida y arrodillada, contemplando tiernamente al Hijo de Dios. María está vestida de rojo, porque es un ser humano, y cubierta de blanco por ser sin pecado concebida. Lleva un manto azul celestial salpicado con estrellas porque “el poder del Altísimo vendrá sobre ti”. San José está vestido al revés. Tiene el azul de su santidad escondido bajo un manto rojo por ser de este mundo, y lleva una vela para dar luz a su esposa. En el pesebre, el niño Jesús está durmiendo (y está muerto) pero despertará (y resucitará), sobre un pesebre que es, a la vez, su sepulcro y un altar, porque como Eucaristía estará con nosotros por los siglos de los siglos. Los milagros En la actualidad, casi no existe una familia dominicana que no tiene un testimonio de la intercesión de “Tatica”, Nuestra Señora de Altagracia. ¿Por qué es milagroso el cuadro? El cuadro es una invitación a arrodillarse con la Virgen y adorar al que está representado allí: Dios. Lejos de ser un objeto de adoración, el cuadro es una enseñanza de cómo adorar. Es una invitación a la oración y -como dijo san Agustín-, “la oración es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios”. Cada vez que Dios interviene en la vida de alguien es porque quiere atraerlo hacia él. Por eso nos llama la atención para que nos paremos en el camino y consideremos la vida y nuestro lugar en ella. Su deseo es que -por nuestra propia voluntad- tomemos la decisión de enmendar nuestras vidas, y buscarle a él. Efectivamente, parece que los milagros conseguidos por intercesión de la Virgen de Altagracia siempre traen -como consecuencia- la conversión de la persona (o alguien cercano a la persona) que la recibió. El 21 de enero Se celebró una misa el 21 de enero de 1692, para dar gracias a la Altagracia por haber protegido a los voluntarios de Higu¨ey y El Seibo, quienes un año antes -en este mismo fecha- habían participado en la batalla feroz y sangrienta de La Limonade, cerca de Cabo Haitiano. Los voluntarios no sólo fueron los protagonistas de la victoria, sino que todos y cada uno volvieron a casa sanos y salvos sin rasguño alguno. ¡Era un milagro patente! Desde entonces se ha celebrado la fiesta de Nuestra Señora de Altagracia en el aniversario de este milagro. Al contemplar el cuadro, lo que nos llama la atención a primera vista es la figura central de María. Sin embargo, al acercarse más, es evidente que el gesto de su cabeza nos llama a prestar más atención todavía al que está en el primer plano: Jesús. Como si fuese que ella está diciendo “Mírale a Él”. Al final, todos nuestros esfuerzos tienen que tender hacia Jesús, hacia el Amor. El cuadro El cuadro de Nuestra Señora de Altagracia es un óleo sobre lienzo de 33.5 cms. x 45 cms. Fue pintado en Sevilla, España, entre 1510 y 1515. Es de la escuela de Alejo Fernández, con influencia flamenca. Es del tipo “Virgen de Belén” típico de los siglos XV y XVI. Tiene un elemento distinto y único: el rayo de luz. El autor ha publicado los libros “Historia de Nuestra Señora la Virgen de Altagracia” y “Orando con la Virgen de Altagracia”

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