COSAS DE DUENDES

Te conozco y me sé el cuento

He llegado a la conclusión de que hay una epidemia. Surgen por todos lados y a todas horas, de día o de noche. Las apariencias varían desde un rubio de ojos color miel, que finge ser extranjero y no saber hablar español, hasta un hombre moreno y pasado de peso, de mediana edad, que utiliza el truco del carro dañado, con el bonete levantado, y se hace acompañar por una niña de entre doce y 14 años. Todos son hombres y el cuento que inventan es el mismo: “Le da muchísima pena pedir, pero está en apuros porque su vehículo se quedó por falta de gasolina”. Tengo una especie de imán para atraer a estos tipos que pululan por la ciudad estafando a los incrédulos y que se acercan con más frecuencia a mujeres. Como, por increíble que parezca, me he topado ya con seis de los que he llamado “vagos sin gasolina”, decidí contarlo en la columna para alertar a los lectores y que no se dejen engañar por estos hombres sanos, hechos y derechos que, en lugar de trabajar, prefieren mendigar usando una farsa y aprovecharse del sentido de solidaridad que tienen muchas personas. Les voy a contar las historias para que no caigan. Uno de estos estafadores es un mulato delgado que se aproxima a sus posibles víctimas cuando están atrapadas en un atasco de tránsito. Llega con una llave en la mano portando un carnet, supuestamente de Obras Públicas, y suelta el cuento de que lleva a su mamá enferma al hospital y el carro se le quedó, así que necesita ayuda. El número dos, es un hombre negro, grueso y alto que anda con una adolescente y un carro viejo al que le levanta el bonete. Se coloca en un lugar donde los conductores tienen que disminuir la velocidad y ahí pide para la gasolina. Otro es un hombre entrado en años, con canas, que anda solo y a pie. Se abalanza sobre tu vehículo, a riesgo de que puedas atropellarlo, con el mismo cuento: se quedó por gasolina. El cuarto es rubio, de ojos claros, luce como un hombre de clase media, finge que no habla español pero su acento lo delata. También pide dinero. El quinto es el más sofisticado de todos. Blanco, delgado vestido con unas bermudas, simula que habla por un celular, para que lo escuches, dice a gritos que “fulano está en tal hospital”, y da el nombre del centro médico más cercano. Luego, bañado en sudor, se aproxima explicando que pertenece a un grupo de buzos y que uno de sus compañeros sufrió un problema respiratorio por lo que debieron llevarlo de emergencia a una clínica y ahora necesita ayuda para la gasolina. El sexto opera de noche, en parqueos de sitios públicos, lleva varias papeletas en las manos y se acerca, por lo general, a mujeres solas. También utiliza el cuento de que se quedó por gasolina. Éste no disimula mucho. Cuando le dices que no, en lugar de retirarse, como hacen los otros, se mantiene en el lugar buscando nuevas víctimas. A mí sólo me ha abordado una vez, pero con el rubio, el moreno del carro quedado y el de la mamá enferma, me he tropezado en varias ocasiones. Cuando me abordan les respondo: “Te conozco y me sé el cuento”. Si se encuentra con alguno de estos vagos estafadores, dígale usted lo mismo.

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