MEMORIAS DE VIAJES
Aviones para tocar en Atenas
Es domingo al mediodía cuando, por el elegante barrio de Kolonaki en Atenas, deambulo por la calle Vasilissis Sofias y me veo junto a una explanada abierta donde sobre el pavimento hay estacionados aviones de distintos tamaños. Uno que otro niño, acompañado de sus padres, retoza en torno a ellos. No son juguetes pequeños para cargar en las manos. Son aviones de verdad que cumplieron su misión, a los que se les pueden acercar y hasta tocar, si les place. E incluso, viendo alguna escalerilla que conduce hacia la puerta en cabina, tal vez en algún momento hasta para asomarse a ella. Entrar quizás no sea tan fácil. Al fin y al cabo son aviones de combate que se exhiben y preservan en el Museo de la Guerra. Para el vacacionista adulto, difícilmente esté en sus planes visitar este lugar. Mas como ando a mi aire y desde siempre me gustan los aviones, decido detenerme a verlos. El edificio que aloja armas, armaduras y otros históricos objetos de guerra, está empero cerrado por la hora. Abre de 9:00 a 14:00, y la entrada es gratis. Mas lo que está al exterior puede verse sin problema. Los niños se divierten y corren por el amplio espacio al aire libre, aún sin mirar aeroplanos. Me regodeo en todo lo que está al alcance de la vista tanto tras el cristal de la fachada como al exterior: vehículos de guerra, un enorme torpedo británico del submarino Papanicolis Y- 2, cañones y diferente equipo bélico. Al fondo de la gran terraza descubierta, un paisaje de edificios y colinas en sombra, oscurecidas por las nubes de mortecina tonalidad gris. Es como si quisieran hacer juego con el color de tantos elementos de guerra. Busco donde sentarme un rato hacia la acera de la avenida por la cual llegué. A mi izquierda, el edificio del Museo Bizantino y Cristiano, mientras frente a mí, al otro lado de la calle, se elevan altos pinos en un jardín, ocultando casi en su totalidad una hermosa residencia. No sé por qué, pero tengo la impresión de que es una embajada, aunque puedo equivocarme. Tendría que cruzar para leer la placa, si la tiene. Mas mi curiosidad no es para tanto. Pese a la hora, no he almorzado todavía. Regreso al hotel, que está a unas largas aunque pocas cuadras de distancia, para cambiar de zapatos. Llevo con ellos varias horas de caminata y me están molestando. En la habitación, cómodamente sentada mirando por el ventanal hacia la plaza Syntagma, abro la botella del delicioso vino Amaryllis, que de bienvenida me envió Afroditi Arvaniti, la gerente general del hotel Athens Plaza. No tengo por costumbre sentarme a tomar alcohol, y menos sola, pero ahora me apetece. Sancté!
