Las otras víctimas

Durante 18 años, Carla (nombre ficticio) vivió un infierno en su propia casa. Todo ese tiempo estuvo casada con un hombre que la sometió a maltrato psicológico. Carla, una profesional económicamente autosuficiente, soportó esas casi dos décadas de abuso para evitar que sus hijos pasaran por el dolor de una separación. “Tienes una presión psicológica de que los niños deben crecer con el padre”, dice la mujer que procreó tres hijos con su agresor, “pero luego es por ellos mismos que debes dejarlo”. En efecto, cuando hace tres años Carla decidió poner punto final a su tortuosa relación matrimonial, lo hizo pensando en sí misma y en sus retoños. Sus dos hijas, razona hoy, asumirían como válido que un hombre las maltratara; el varoncito, a su vez, crecería con la idea de que es normal que un hombre abuse de su compañera. “Me estaba divorciando para darles vida a mis hijos”, asegura Carla, que no pudo evitarles a sus pequeños el trauma de ser entrevistados –existe un protocolo especial para tomar la declaración del menor– como parte del proceso que inició contra su esposo por violencia doméstica. “Esos niños decían cosas que yo ni sabía que ellos habían visto o que sabían”, recuerda Carla. “Es muy fuerte poner a sus hijos a pasar todas esas cosas”. (+)MALTRATO INDIRECTO, PERO MUY REALAunque no hubieran visto a sus padres llegar a tribunales, como testigos de violencia los hijos de Carla ya habían padecido bastante. Como explica Sarai Ogando, psicóloga y terapeuta familiar del Patronato de Ayuda a Casos de Mujeres Maltratadas (Pacam), el simple hecho de vivir en un hogar donde haya violencia de género coloca a los menores en posición de víctimas. “A veces, si no han recibido el daño directamente, tendemos a minimizar los efectos”, dice la experta, “pero cuando ellos son testigos de la situación de violencia que se está dando en su casa, también hay un maltrato hacia ellos”.