COSAS DE DUENDES

Con filosofía

Utilizar el castigo para que un niño enmiende un comportamiento inadecuado puede ser efectivo. Pero, en ocasiones, encontrar la herramienta correcta para corregir se convierte en un desafío. Resulta fácil hacer entrar en razón a un niño, o niña, que le encanta la televisión. Cuando le avisas que no podrá ver su serie favorita es como si le acabaras de comunicar una catástrofe: llora, reclama y se queja. Finalmente, que es lo que buscamos los padres, asume el castigo con sufrida dignidad y cambia su comportamiento para que esa tragedia, “de no ver televisión”, no se vuelva a repetir. Es el ejemplo perfecto de que limitar los gustos, sin necesidad de llegar a golpes, funciona en la educación doméstica. Otra técnica, con visos de crueldad, lo reconozco, es suprimir el dinero para la merienda, lo cual también surte efecto si el llamado de atención se le está aplicando a un hijo de esos muy comelones, o comelonas. La dieta obligada los hace entrar en razón casi siempre. Lo he puesto en práctica, con algo de remordimiento. Cuando se tiene varios hijos, una va aprendiendo cuál estrategia funciona con uno y con otro. Pero, como decía al principio, aparecen casos en que castigar es un reto para el que los padres debemos hilar muyyy fino. Tengo un “expediente” así en casa. Se trata de un niño que enfrenta los castigos sin pataletas, llantos ni ruegos. Tampoco me reta o desafía, pero hay algo en su actitud que derrota a cualquiera y me hace dudar de si realmente ese individuo, que apenas sobrepasa en altura mi cintura, está sufriendo el castigo impuesto. ¿Porque de eso se trata? ¿No? El castigo, según lo que yo aprendí a varazos limpios, durante mi infancia nadie se enteró de que los golpes no arreglan muchachos, implica cierto nivel de privación y sufrimiento. Entonces, ¿Por qué mi hijo menor no se da por aludido? Su comportamiento en el colegio, especialmente en el aula donde está hablando como un perico, ha motivado reuniones en las que me he comprometido, y cumplido a rajatabla, en tomar medidas para que mejore su actitud. Levanto la mano solemnemente para jurar que hice hasta más de lo prometido pero hay un punto. Cuando le anuncio al castigado que no va a ver televisión hace la siguiente pregunta “¿Por cuánto tiempo?” Si le dices un día, un mes o un fin de semana completo, reacciona igual: se organiza, busca libros y se pone a leer, juega con la pelota, con el perro, con los hermanos o propone un juego de mesa. Si no puede usar video juegos, también se enfoca en buscar una opción. Cuando le retiro el dinero de la merienda, coge una barra de granola y una manzana y las mete en la mochila. Y, si lo mando a su cuarto, se duerme. He sentido que a este individuo no hay forma de fuñirlo, con J. Su capacidad de hacer una limonada, si la vida le regala un limón, me desarma. Y cada vez que llega una queja del colegio, en lugar de reaccionar de inmediato, como con sus hermanos, a quienes les anuncio en qué consistirá la consecuencia por su comportamiento incorrecto, con este “piojo”, sólo atino a advertirle que el castigo viene… Mientras me rompo la cabeza pensando en qué le puede doler. Total para nada porque, lo que sea, él se lo toma con filosofía.

Tags relacionados