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CERVEZA

Una buena aliada en la mesa

Dejando aparte al personal abstemio y a quienes son capaces de acompañar la comida con alcoholes destilados de alto grado, la mayoría de la gente elige una bebida fermentada: vino, cerveza, sidra... Fundamentalmente, una de las dos primeras, aunque hay casos en los que la sidra acompaña perfectamente. Así que ¿vino o cerveza? Un ciudadano de la ribera norte mediterránea -que en la sur, en países más o menos islámicos, no hay lugar para el alcohol- preferirá casi siempre la bebida emblemática de ese mar, de esa cultura, de esa gastronomía: el vino. Un anglosajón, un centroeuropeo, un escandinavo, quizá elija la cerveza. Pero lo suyo es que ambas bebidas tengan su lugar en la mesa en todo el mundo. Al europeo del Sur le costó trabajo aceptar la cerveza: era cosa de alemanes, de flamencos. Los autores españoles del siglo de Oro, como Lope o Cervantes, se hicieron eco de lo poco que agradaba a los soldados destinados en Flandes beber cerveza, y de cómo añoraban los vinos de España. Fue el emperador Carlos, acostumbrado en su juventud a ella, quien impulsó la elaboración de cerveza en España. Hoy, el español bebe bastante más cerveza que vino... pero, en general, sigue sin tomarla muy en serio. Bebe cerveza, bien fría, para calmar la sed. La ve más como un refresco que como una bebida alcohólica capaz de ocupar un sitio en la mesa, a la hora de comer. Se equivoca, desde luego. Hay cosas que admiten bastante mal el vino, pero que se llevan más o menos bien con la cerveza. Pensemos en unos espárragos: no hay vino que los resiste... pero sí que podemos enfrentar a su amargor natural -hablamos de espárragos blancos, en temporada primaveral, o sea, frescos- un amaros propio: una cerveza tipo lager o pilsen les irá, en cambio, muy bien. Todo lo avinagrado va mejor con cerveza: el vinagre, no lo olvidemos, es algo así como el “cadáver” del vino, que al morir convierte su alcohol etílico en ácido acético.

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