¡Lucha!

No te canses. No te fastidies al vislumbrar que no avanzas. No te derrumbes al observar que se derriban tus obstáculos. Que no se hace ligera la carga. La lucha, nos hace fuertes. Nos energiza. Nos da esperanza para un mañana mejor. Nos prepara para cargas más pesadas. Nos entrena para seguir adelante en el maratón extenso de nuestra vida. Los débiles, se quedan en la mitad del camino. Los débiles no se esfuerzan por avanzar hacia la meta. Buscan pretextos inocuos tales como: no me interesa, no puedo, no es para mí. Pero en su interior, desean que todo les llegue sin esfuerzo. Para aquellos que piensan así, están desperdiciando la más gratificante adrenalina de la vida: el esfuerzo. Con él, no sólo recibimos la bendición del Padre Celestial, como lo menciona el Apóstol Pablo en su segunda Epístola a los Tesalonicenses, capitulo 3 verso 10: Porque también cuando estábamos con vosotros, os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma. Hoy en día hay una tendencia a desear todo rápido y sin esfuerzo. Por eso los valores en nuestra sociedad se han deteriorado. Los jóvenes desean todos los beneficios del trabajo arduo, sin esforzarse en la consecución de hechos contundentes, con esfuerzo, tiempo y dedicación.