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MEMORIA DE VIAJES

Casa Manolo en el centro de Madrid

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Carmenchu BrusíloffSanto Domingo

Le busco desde hace rato, hasta que lo encuentro. Es Casa Manolo, un restaurante de comida casera en la calle Jovellanos, que desde 1896 se levanta frente al Teatro de la Zarzuela, a unos pasos del Congreso de Diputados y a escasa distancia de la Puerta del Sol. ¡Puro centro de la capital de España! Es la 1:20 de la tarde, mas las zonas de comedor están vacías. “No funciona todavía”, me advierte una señora, “la gente está comiendo”. Es obvio que hace referencia a sus empleados. Me quedo junto al bar, de pie, y pido una copa de vino tinto y croquetas. ¿Y esto qué es?, pregunto al mozo que, con el tinto, trae una tostada de pan con algo encima. “Pisto” (fritada de verduras de huerta). Pruebo y me gusta. Luego me deleito con la croqueta de pollo. Se deshace sin tener que masticarla. ¡Exquisita! Unos diez minutos después están sirviendo a las mesas. Una camarera pregunta dónde prefiero sentarme. Elijo cerca de la entrada. Y decido solamente comer el plato principal, nada de entremeses. Que ya tuve bastante con el pisto y la croqueta. Soy de apetito moderado. Me inclino por las codornices estofadas. ¿Tiene pan negro?, pregunto. “No, de bollitos”. ¿Hecho en la casa? “No. Se lo traigo, y si no lo quiere me lo llevo”. Vale. Observo curiosa en derredor: un zócalo de extraordinaria altura, algo más de cinco pies, en madera taraceada con recuadritos de espejos. A la barra, azulejos negros rematados al centro como si fueran de la chimenea. Un reloj marca la hora: 1:36. El mío dice 1:45. Da igual. Estoy sentada. Sobre los muros, el ayer pone un toque de nostalgia proyectada en varios marcos con espejos, y anuncios dibujados de antaño: Coca Cola, Licores Grande Chartreuse de Tarragona, Gin GiroÖ En este ambiente informal y sin ínfulas de lujo, puede a veces escribirse parte de la historia política, o quizás de la cultura del país, cuando bajo su techo se reúnen a pasar un rato, algunos congresistas o muy famosos artistas. En una mesa cercana, un hombre cuenta de Pamplona y reiteradamente dice en voz alta ¡Viva San Fermín! (Alude a la fiesta anual donde en dicha ciudad sueltan los toros durante siete días del mes de julio). Absorta en el entorno me sorprende una voz de mujer que a mi lado pregunta “¿Apetece o no apetece?” Es la atenta camarera ecuatoriana que trae el pan. Sí, voy a probarlo. (Si uno come pan, se agrega a la cuenta). Y, ante mi, las codornices. Es cierto que tienen poca carne, pero ¡me encanta el sabor! Vienen en salsa suave, acompañadas de zanahorias y patatas (papas en “dominicano”). “¿Quiere otra copa de vino?” Casi de manera automática, respondo que sí. De buenas a primeras empiezan a llegar varias mujeres. Ni viejas, ni jóvenes. Con ellas no hay varón alguno. No tienen reservación, mas con presteza la joven ecuatoriana va juntando varias mesas para armarles su espacio. Mientras ellas piden, ya estoy en el postre. Bizcocho borracho es mi elección. No es, empero, tal como le presentía. No está mal, pero no me dice nada. Antes de pedir la cuenta tomo infusión de menta poleo. A pagar, un total de 26.25 euros en esta encantadora y más que centenaria Casa Manolo.

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