ALGO QUE CONTAR...
Nadie está exento
A mi amigo Marcos le encantaba dar lecciones de moralidad. No perdía ni el más mínimo chance de señalar y criticar a quienes hacían uso de sus defectos de seres humanos, hasta que llegó su turno. Su aparente voluntad inquebrantable ya no parecía tan fuerte. La atracción hacia el dinero había destruido su intachable integridad, esa que había demostrado ser lo suficientemente fuerte ante cualesquiera otra de las debilidades de los mortales. Su caída me hizo percatarme del inmenso poder que tiene el dinero, capaz de doblegar hasta las voluntades más férreas. Como Marcos, muchos sucumben ante el suculento olor de los “cuartos“ recién conseguidos. Un olor responsable de las más profundas dolencias de nuestro mundo, especialmente del país que nos ha tocado vivir. Y es que la raíz de todos los males de mi sociedad es el amor a esos inofensivos billetes con los rostros de gente importante de la nación. Un amor que es capaz de introducir la corrupción sin hacer distinción de sectores o personas.. Cada día me doy cuenta del arraigo que posee el deseo de tener más y más dinero, que nos impide conformarnos con lo que tenemos y a muchos les hace incurrir en toda clase de aberraciones. Lo peor es que ninguno nos encontramos exento de sucumbir ante su casi irresistible oferta, a pesar de que a cambio debamos comprometer nuestros principios o las leyes. No solo el gobierno y demás autoridades hacen del dinero su único motivo, su causa, su estandarte, por encima de cualquiera de los mejores intereses de la nación, sino que es algo que arropa al sector privado, y que, a medida que pasa el tiempo, me doy cuenta de su poder sobre todos. Su miel atrae a cualquiera y hace que todos giremos a su alrededor, pero ¿qué es lo que tanto nos gusta de él? ¿por qué somos capaces de hacer cualquier cosa con tal de que nuestras manos toquen su
