MEMORIAS DE VIAJES
En hotel del malecón
¿Playa en fin de semana largo? ¡Ni hablar! Pero el organismo y la mente necesitan un alto en el camino. Mi hijo mayor, Ángel, quien es socio del Hilton Premium Club, me facilita las cosas reservándome tres noches en el hotel ubicado en el malecón de Santo Domingo. Mi hijo menor, Alexis, me lleva hasta este bien plantado edificio que posee el atrio de mayor altura en el país. La imponencia desde el vestíbulo no es, empero, tan impactante por tener como intermedio, imagino que de protección, un falso techo de original diseño, con vigas verticales de torneada madera interrumpidas al aire, y unos telones cual velas de barco según puedo ver cuando bajo en el ascensor panorámico. Sentada en una cómoda butaca de la habitación 2004, miro tras el ventanal una bucólica imagen de la naturaleza: un azulado mar con ondas que provoca el viento y alcatraces en vuelo juguetón lanzándose al agua tras un pez. ¡Qué relajante perspectiva en plena ciudad! Acercándome al cristal, veo veinte pisos más abajo el litoral de la avenida George Washington punteado de un par de pequeñas playas no aptas para el baño, y una verde vegetación de árboles con predominio de palmeras. A uno y otro lado del hotel Hilton, los edificios aledaños tienen empero muy pocos apartamentos habitados, y es escaso el interés hacia el centro comercial aledaño, el Malecón Center, donde son poquísimos los locales ocupados. A las 5:15 de la tarde acudo al Lounge Ejecutivo, para uso de quienes se alojan en habitaciones ejecutivas, del piso 16 al 21. En él ofrecen bocadillos y bebidas no alcohólicas de cortesía. Las alcohólicas hay que pagarlas. Para acceder al lugar se utiliza la llave del cuarto. Lo intento, pero no me funciona. Cuando para ayudarme se dispone a acercarse la joven recepcionista del lugar, a la tercera vez da resultado. Me explica que si la guardo junto al celular puede descargarlo. Pero no, no fue así. Funcionó. Sentada a una mesa, frente a la ventana que sirve de mirador, me da la impresión de encontrarme navegando en medio del mar Caribe Por la hora, en modo alguno me he propuesto comer, mas al notar que los miembros de una familia se sirven de un pequeño buffet, a éste me acerco. ¿Qué es esto?, pregunto. “Son camarones”. AhÖ rebozados. Me sirvo un par. Agrego otro par de trozos de queso y una porción, muy difícil de servirse, de pasta con queso derretido. De bebida, caramelo cappuccino de la máquina de café Santo Domingo que hay en un extremo del salón. Sin tenerlo como objetivo estoy merendando. A la noche, ya ni podré cenar. Cuando creo haber terminado, a la mesa de al lado llega una pareja de edad madura, con un platico de postre en sus respectivas manos. Para mí, un dulce es cual imán, y me levanto sirviéndome un yogurt de dieta y un servicio, reducido por cierto, de lo que me parece majarete. Todo a pedir de boca. Y eso que no tenía ni hambre ni deseo alguno de comida cuando entré al Lounge Ejecutivo, para conocerlo...

