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ALFOMBRA

Tradición se reinventa

LAS PELLIZAS SE HAN COLADO CON INDISCUTIBLE ÉXITO EN LA DECORACIÓN MODERNA

A mediados del mes pasado, buscando unas velas para la decoración de la boda de su hermana, la diseñadora de interiores Yovanny Bakker se dirigió a una empresa de alquiler de accesorios para eventos. Allí, por pura casualidad, encontró un elemento que pensaba usar en un principio y al cual había renunciado por carecer de tiempo para salir a comprarlo: una pelliza. La alfombra, hecha a base de tiras, parecía mandada del mismo cielo. Blanca, de textura ligera y sedosa, era perfecta para realzar el área del salón donde los novios se jurarían amor eterno. Así que la joven diseñadora de interiores no dudó en llevarse, además de las velas decorativas, una de esas alfombras que tiempo antes había visto en la autopista Duarte y, más tarde, en una revista. “En el mismo momento que las vi en la calle me resultó sumamente atractivo el color”, recuerda Bakker. A diferencia de antaño, cuando se caracterizaban por una mezcla de colores poco acertada, las pellizas de hoy apuestan casi siempre a la monocromía, a vistosas tonalidades y tejidos suaves. Esto les ha valido su entrada a residencias de clase media y alta, aparte de eventos tan especiales como una ceremonia de bodas. VIEJA COSTUMBRE QUE SE MODERNIZALas pellizas no pasan inadvertidas. Échele la culpa a su colorido actual o a su textura. Yovanny Bakker, diseñadora de interiores, las prefiere por eso en ambientes modernos o contemporáneos. El lugar ideal para una pelliza es, casi siempre, la sala. Corónela con una mesa de centro, tomando en cuenta, eso sí, que el mueble no quede montado sobre ella y que la ambientación no sea muy recargada. “En el mismo lugar donde yo ponga la mesa no puedo poner un detalle que llame más la atención porque le va a restar atractivo”, advierte. “Cuando quieres que algo llame la atención creas un punto de enfoque”. En hoteles y otros lugares amplios, sugiere utilizarlas a modo de murales. Las clásicas pellizas cobran nueva vidaLas pellizas, por años relegadas al tablero o al asiento de un carro del transporte público, al piso a un costado de la cama o a la montura de un caballo, brillan ahora en nuevos escenarios: en el pasillo de una plaza capitaleña, como parte de la decoración en algún evento social, en la sala de un hogar de clase media o alta, entre la utilería de un estudio fotográfico y hasta en el set de un programa de televisión. Pero donde verdaderamente abundan es en el tramo de la autopista Duarte que atraviesa a la comunidad de Piedra Blanca, en Monseñor Nouel. La confección y venta de las tradicionales alfombras hechas con retazos y saco se ha convertido en un signo distintivo de esta zona y en una fuente de ingresos para sus familias. A ambos lados de la carretera y extendidas sobre bastidores de palo, las pellizas llaman la atención de los viajeros por sus hermosos y variados tonos: naranja, verde manzana, rojo sangre, rosado fucsia, café claro, crema, blanco, negro... Una explosión de colores forma parte de la renovación que desde hace algunos años experimenta esta tradición y que le ha permitido colarse con indiscutible éxito en la decoración moderna. Las novedades, sin embargo, no se quedan ahí. Los tejidos, tamaños y diseños también se han diversificado, dotando de nueva vida a esta pieza cuya confección ocupa a hombres y mujeres, grandes y chicos. En familiaCuando el vehículo se detiene frente a su vivienda, Doris Reyes hace una pausa en su labor. En la galería, sus hijos continúan uniendo lazos blancos a un saco, mientras la mujer atiende a los curiosos que se detienen atraídos por los mantos de colores. “¿A cómo son?”, le preguntan señalando una alfombra naranja de aproximadamente 5X6 pies. “A 1,800”, responde Reyes. Aunque abierta al regateo, la cifra inicial no dista del promedio: 500 pesos las pellizas pequeñas (de un saco), 1,200 las medianas (de dos) y de 1,500 a 1,800 las grandes (de tres). Además de las dimensiones, la tela empleada y la forma de las tiras influyen en el costo final. La tela se puede adquirir por yardas en las tiendas o comprarse en retazos a bajo precio en las fábricas, mientras que las tiras pueden cortarse en forma rectangular o con bordes circulares. Esta última modalidad les da a las alfombras una terminación parecida a pétalos de rosa, explica Reyes, quien tiene cuatro años cultivando este arte, aunque no sola; sus tres hijos le echan la mano en el pequeño negocio familiar que empezó por iniciativa de su esposo y en el cual se asoció con una vecina. Así funcionan las cosas. Familias vecinas se alían para adquirir las materias primas y confeccionar las piezas, que se han convertido en una importante fuente de ingresos para esta comunidad. Que lo diga Estanislao Batista. El hombre que en otro tiempo fuera agricultor (“La tierra no está para la gente pobre”, dice) hace tres años se sumó a la moda de las pellizas, para la cual, señala, se requiere cierta destreza. Un tapiz grande, es decir, de tres sacos, puede tomarle dos o tres días a un principiante, pero unas manos expertas concluirán en menos tiempo el trabajo de preparar el saco, sellar sus bordes con una llama, cortar las tiras y coserlas una por una en el saco. El arte de confeccionar pellizas no se aprende en un taller o curso. Muchos de los que hoy se dedican a este oficio, y que pueden verse en plena labor junto a la carretera, lo aprendieron por cuenta propia, observando a otros o en la familia. Más que alfombrasAparte de las alfombras que exhibe frente a su casa en esta provincia, Sandra Herrera fabrica cojines y carteras de pellizas por encargo, otro pequeño ejemplo de cómo se ha diversificado la aplicación de esta técnica, cuya creciente popularidad puede atribuirse, además de los colores, al uso de tejidos más suaves. Herrera, quien emplea a otras 15 personas, informa que las alfombras se fabrican con tafetán de seda. Un tapiz de tres sacos puede requerir entre 40 y 50 yardas de tela. En su experiencia, las pellizas más solicitadas son las marrones. Se ensucian menos y son más fáciles de combinar con el resto de la decoración. ¿Cómo cuidarlas? Fácil: basta remojarlas en agua con jabón o champú y luego dejarlas secar.

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