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El maestro de las letras de la vida
PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA ES UNO DE LOS EJEMPLOS MÁS NOTABLES DE LA ENSEÑANZA EN REPÚBLICA DOMINICANA
“Cuando alguna vez he vuelto a viajar en tren, soñé con encontrar a ese profesor de mi secundaria, sentado en algún vagón, con el portafolio lleno de deberes corregidos, como esa vez -¡hace tanto!- cuando juntos en un tren, yo le pregunté, apenado de ver cómo pasaba los años en tareas menores: ‘¿Por qué, Don Pedro, pierde tiempo en esas cosas?’. Y él, con su amable sonrisa, me respondió: “Porque entre ellos puede haber un futuro escritor”. ¡Cuánto le debo a Henríquez Ureña! Aquel hombre encorvado y pensativo, con su cara siempre melancólica. Perteneció a una raza de intelectuales hoy en extinción, un romántico a quien Alfonso Reyes llamó “testigo insobornable”, un hombre capaz de atravesar la ciudad en la noche para socorrer a un amigo.” Con las palabras del escritor argentino Ernesto Sábato recordamos hoy a Pedro Henríquez Ureña, ese profesor dominicano único, querido por la vasta extensión de la intelectualidad americana. Su vida se sintetiza con una idea: “Trabajo”. No fue un hombre rico, sino que desde joven trabajó duro para sobrevivir. En Estados Unidos, siendo contable de una fábrica, vivió la dureza de las fábricas de Nueva York. Esfuerzos “Logré un empleo de seis dólares semanales en la Nicholls Tubing Company (…) pero las horas de trabajo eran largas, de las sietey media hasta las seis, con sólo media hora para el lunch; y el carácter del dueño era irascible y su educación casi nula. Vi entonces de cerca la explotación del obrero: la mayoría de los allí empleados eran mujeres y niños; los pocos hombres que allí había eran casi todos italianos, que acudían a mí para hacerse entender. Aquellos fueron días amargos”. Pero a pesar de la experiencia vivida, el maestro no cesa de insistir en el gran valor de la responsabilidad y el sacrificio cuando se refiere a la enseñanza escolar: “Urge que el niño, al iniciarse en el colegio, traiga siempre hábitos de trabajo; que desee acercarse a las cosas y comprenderlas mediante su propio esfuerzo; que sienta vergu¨enza de que no sea suyo, enteramente suyo, el trabajo que toma a su cargo. Procurando despertar en mis alumnos el sentido de la responsabilidad, les digo siempre en mis clases: ‘Aquí aprenderá el que quiera aprender; mi tarea es ayudar, pero yo no puedo enseñar nada a quien no quiera aprender”. UNA VIDA DE LÁGRIMAS, AUSENCIAS Y TRISTEZALas letras de la vida dejaron sus huellas en la tristeza de su mirada. Dos enormes ausencias se instalaron en el interior de su espíritu. La primera, insondable, asoladora y eterna, fue la muerte de su madre Salomé Ureña: “A destiempo perdí la orientación espiritual de mi madre”. La segunda, cruel como la primera, llegó con los largos años del exilio que, como dominicano, vivió con gran nostalgia. Sin embargo, Jorge Luis Borges nos da el testimonio de su fe en el ser humano: “Yo le he oído afirmar que es innecesario fustigar el error, porque éste por sí solo se destruye. Le gustaba alabar; su memoria era un precioso museo de literaturas”. Pedro Henríquez Ureña, maestro humilde de generaciones que crecieron a la sombra de su paciente sabiduría, nos inspira hoy para cambiar las cosas, porque su luz sigue brillando para ayudarnos a encontrar los mejores senderos del conocimiento.