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EVIDENCIAS

Las botas verdes

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Arlene Reyes SánchezSanto Domingo

El campesino se levanta sonriente con el olor a café puro y se besa con el alba de la tierra. Usa sombrero de guerrero para combatir el sol o los aguaceros improvisados y, así su día va conquistando sabores. Mira al cielo y observa el canto de los pajarillos, esos cánticos que parecen tener alma, pues transforman el espíritu con sólo escucharlos. Con este paisaje desperté una mañana y quise usar las botas verdes que visualicé en mis sueños. Supe que había soñado con aquello que refleja grandeza: la naturaleza, es en su regazo donde renace Dios todos los días. Minutos más tarde, me ponía unas zapatillas cómodas, pues era viernes y en el Listín son “instantes sociales” y olvidamos un poco la agonía del vestuario “adecuado”. Recuerdo que iba a una entrevista, al llegar a donde iría a tirar unas cuantas preguntas, en sus afueras, se veía una humilde casa. Sin embargo, al adentrarme en aquel espacio, percibí arte y magia, parecía una exposición de arte, pues allí colgaban más de diez cuadros: coloridos, pequeños, gigantes, emblemáticos y simples, cualquier descripción era posible. Me enamoré. Sentí la química de lo artístico, de lo puro y de lo perfecto. Enciendo mi grabadora y una respuesta me transmite lo que sentía: “Muchos dicen que Dios está en todos los lados, pero Dios vive en la naturaleza”, eso me expresó mi entrevistado cuando le preguntaba sobre una de las obras que vestía la pared de elegancia y distinción. Era un cuadro con el fondo verde. Sí, así como la esperanza, en él se dibujaba un caballo mágico y transparente porque el paisaje nacía en su vientre hasta terminar en la cola y no se perdía ningún detalle, según él caballero “era el ángel que vagaba y cuidaba a los que paseaban por el bosque”, pero lo impactante de aquella obra no sólo era eso, sino que en el pensamiento del caballo se visualizaba a dos enamorados que habían montado en su lomo y les recordaba con una sonrisa, que no se veía pero se sentía, irradiaba paz. Creí ese retrato mío, elaborado para mí, ya que de niña siempre imaginaba a mi príncipe en caballo blanco (¡Ay! ¡Infancia!). Por medio de esa obra de arte y de esas cosas hermosas naturales y simples del minuto a minuto, del día a día, una vez más se descubre que el ser humano que se olvida de lo perfectible, renuncia a su grandeza. Los pensamientos generan acciones, el que piensa en grande, logra el éxito, el que piensa en pequeñeces permanece sediento, a mitad de la montaña.

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