Días sellados

Muchos creerán que las historias que aquí narro son traídas de libros de cuentos o de simple utopía, sin embargo, no es así: suceden. Y tal cual dije en mi columna anterior, mi paradigma ha cambiado, veo la vida distinta. La semana pasada iba rumbo a una reunión con mi asesora de tesis, al salir de ahí un tanto emocionada, visualicé a una señora, una vendedora de flores. Me detuve y le pregunté los precios y me dijo 20 pesos. Le pasé 25 y ella me dijo: “Querida, no tengo cómo devolverte, te daré otra mejor, pues a veces perdiendo, se gana”. Recuerdo que le comenté: Así es, dice la Biblia que Dios ama al dador alegre. Ella sonrió, me marché con mis dos hermosas rosas. Siempre he amado las flores, pero mucho más he adorado ver sonreír a alguien. Recuerdo que entré a una oficina gubernamental y la recepcionista me dijo “ay qué bellas”. Le obsequié una. Luego, seguí a mi trabajo y, al llegar una de las chicas de la entrada también me alabó mi hermosa rosa, por lo cual decidí regalársela, pues en mi mente quedaban plasmadas aquellas palabras de aquella mañana. Y, ¿saben qué? No duré ni 10 minutos sentada en mi escritorio cuando entraron dos damas de relaciones públicas a regalarme una rosa porque, según ellas, “algún día serás también madre”. Esa flor era mucho más grande y más bella, pero sobre todo, una vez más comprendí que aún cuando creemos perder, no es así, todos los días se nos otorgan minutos de dicha para elegir, no sólo instantes de felicidad porque esto nos traen luz, sino por igual momentos de adversidad, pues esos nos traen experiencia.